A mi me gusta esa sensación o, mejor dicho, esa comunión tan especial y siempre que puedo intento reproducirla por puro placer.
Espero que guste el texto que a continuacion coloco, que de seguro debe pertenecer a tiempos pasados, que, como todo el mundo sabe, siempre fueron mejores.
De la Pureza Necesaria
"El conocimiento de esta Ciencia Divina es el temor y el respeto de Dios"
"Por tanto, que ninguna persona abrace este estudio si no tiene el corazón puro"
Jean de Espagnet
Todos los habituales amantes de esta divina ciencia sabemos que siempre hay que buscar, a la hora de bucear en este ancho mar filosófico, aquello en lo que todos los verdaderos autores están de acuerdo; comparando los textos entresacamos lo que de común han escrito los Adeptos. Y si hay algo en lo que todos coinciden, si hay algo que todos, absolutamente todos, sin excepción recomiendan con especial énfasis, particularmente a la hora de comenzar, es la pureza.
Ahora bien, ¿a qué pureza se refieren? Podemos responder: "a la de corazón" o también "a la de pensamiento o intención" o más aún "a la castidad sensual".
Sin duda acertaremos en cualquiera de los tres casos anteriores, puesto que aunque a primera vista parezca que no están relacionadas, fijándonos mas atentamente vemos que, en realidad, no son sino tres manifestaciones del mismo principio; ese del que Paracelso dice que "todos los seres poseen en su centro más profundo un precioso grano de este oro" y además especifica, claramente, que se trata de un principio activo o más bien potencialmente activo: "Aquellos que trabajan con materiales muertos no podrán jamás obtener nada vivo".
La existencia de este principio es incuestionable tanto desde el punto de vista hagiográfico, donde todas las ramas de la Tradición hablan de unos primeros padres de los que todos descendemos (no es momento de entrar en aspectos relacionados con el simbolismo de esos "primeros padres", dejando a otros que profundicen en el mismo), como desde el pensamiento científico defensor de un primer antepasado común y del que todos llevamos células originales, que se han ido multiplicando y transmitiendo de generación en generación, y por generación (término este último empleado en su más amplia acepción); es decir, llevamos en nosotros la misma materia genética (con sus modificaciones), la misma célula (división tras división) que pudo portar ese primer antepasado.
"Para merecer esta ciencia el hombre debe ser estrictamente virtuoso, llevando una vida pura" (Breve estudio sobre el arte hermético, Filaletes);
"A lo largo de toda mi vida me he mantenido a salvo y libre de la sensualidad" (El Carro Triunfal del Antimonio, Valentin).
Estas citas se podrían multiplicar y multiplicar; la pregunta es porqué todos los autores insisten en este aspecto; por qué incluso Espagnet dice que si se tiene el corazón puro y buenas costumbres se puede entrar en la "Vía de la Naturaleza por más que no esté versado en Química".
Paracelso incluso más atrevido que nunca insiste, casi ruega, que se entienda que "es preciso comprender que la sustancia del cuerpo debe ser conservada porque es en ella donde se asienta la vida", y el anónimo autor de El Acuario de los Sabios recomienda que nuestro objetivo sea "conservar esta sustancia a la que los sabios han considerado como el bien natural más elevado."
Aquí es donde se encuentra la diferencia fundamental (o, al menos, una de las más importantes) entre química y alquimia, antes de poder siquiera comenzar a operar es necesario que haya habido una "purificación" previa, una entrega absoluta al infinito, a lo eterno, una dedicación a la oración o a la plegaria, como se prefiera; es decir, la alquimia tiene en cuenta al operador, a su "estado" por llamarlo así , como parte muy influyente en el curso de la obra, cosa que la química no menciona; y no habla sólo de una preparación intelectual sino también "espiritual" si se puede usar el término fuera de toda connotación peyorativa. Y esta pureza previa necesaria se usa como instrumento para poder lograr el acercamiento, reconocimiento y uso de ese principio eterno, inmutable que todos poseemos "en medio de nosotros"; para su conservación y actualización, llevándolo de la potencia a ese acto que está deseando poseer.
Esto no es patrimonio exclusivo del Hermetismo: Hinduismo, Taoísmo, Sufismo, etc., hacen especiales recomendaciones en el mismo sentido (ver la sección Otras Ciencias de esta misma página), insistiendo todos ellos en el uso de ese "principio" o "agua" y sobre todo en un aspecto, importantísimo, que a menudo pasa casi desapercibido: este agua tiene un curso llamémosle "natural", está impelida a seguir una determinada "dirección" pero la obligación del Artista es "sublimarla", hacer lo que Artefio en su Libro Secreto manifiesta diciendo que "el cuerpo se vuelve espiritual por medio de su propia agua" y lo que, más aún, el Acuario nos sorprende manifestando que toda la obra puede lograrse "con nuestra propia agua en su curso refluyente".
Es así como, entonces, podemos entender lo que Morieno dice a Calid o lo que el autor de La Instrucción de un Padre.. dice a su hijo filosófico, lo que, en definitiva, todos los Sabios nos repiten incansablemente: todo lo que se necesita lo tenemos ya, en "medio de nosotros" está ese principio, esa palabra perdida o dormida, esa princesa que sólo está deseando que alguien la despierte, la encuentre y vuelva activa.
Pero ¡cuidado! es una princesa muy especial que no va a aceptar al primer pretendiente que llegue, aunque sea "carne de su carne y sangre de su sangre"; ella sólo podrá unirse a un "príncipe-principio" a un caballero virtuoso que sea digno de tan tamaña belleza. ¿A qué esperamos? ¿Es que la sutilidad nos tiene completamente alejados de lo evidente? Nos debería bastar con lo que Espagnet, una vez más, nos dice sobre los que sólo aplican sus pensamientos a "...sublimaciones, destilaciones, resoluciones (...) que les enredan en tantos errores diversos..." añadiendo que "...esta sutilidad demasiado laboriosa aparta de la verdad".
¿Seremos lo suficientemente "castos" y "virtuosos" para merecer la princesa? Deseemos que la humildad no nos abandone y que, a diferencia de Meleagro, conservemos la vela encendida sin gastar el "humor radical", como nos explica Juan Pérez de Moya en su Filosofía Secreta (página 320, Editorial Glosa, Barcelona)
Que se haga siempre Su Voluntad.
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