miércoles, 16 de septiembre de 2009

Etimologías



Todo tiene un nombre que le identifica, le da a conocer, pero de forma bastarda y estéril en la actualidad. Antaño, el lenguaje, los nombres, eran definitorios del ser de la cosa nombrada, fuera ésta persona, animal u objeto e incluso acción o hecho. Actualmente este nombrar está cansado, sin fuerza, ha perdido su vigor y poder, pero ello no debe hacer que lo olvidemos.
Indagar en el origen de un vocablo, intentar conocer el verdadero significado de ese nombre es una tarea provechosa donde las haya, pero conviene ir acompañados de un buen guía que sepa qué terreno pisamos y que nos conduzca fielmente a su centro.
Para ello, proponemos a un verdadero conocedor, aunque, quizás, no muy conocido en la actualidad: San isidoro de Sevilla, cuya obra más popular son las ETIMOLOGÍAS (existe una traducción en dos tomos editada por la Biblioteca de Autores Cristianos).
De ella ofrecemos aquí el capítulo 29 dedicado precisamente a explicar el propio significado del término Etimología.
Que aproveche.
ETIMOLOGÍAS
San Isidoro de Sevilla
XXIX DE LA ETIMOLOGÍA. (1) Etimología es el origen de los vocablos cuando la fuerza del verbo o del nombre se deduce por su interpretación. Aristóteles la llamó sumbolon (sýmbolon); Cicerón, notación porque puesto un ejemplo, hace evidentes los nombres y los verbos de las cosas; por ejemplo “flumen” (río) se llama así porque se formó de fluere (fluir).
(2) A menudo este conocimiento es necesario emplearlo para la interpretación de la palabra. Pues tan pronto como adivinas de dónde procede el nombre, entiendes cuál es su fuerza. En efecto, es más fácil la averiguación de cualquier cosa en cuanto conoces la etimología. Pero no todos los nombres fueron puestos por los antiguos conforme a la naturaleza de las cosas, sino que unos los pusieron a tenor de su capricho, del mismo modo que nosotros a veces damos los nombres a nuestros siervos y posesiones según le apetece a nuestra voluntad.
(3) De aquí viene que no se encuentren las etimologías de todos los nombres, porque algunas cosas recibieron los nombres no conforme a la cualidad con la que se formaron, sino según el arbitrio de la voluntad humana. Así hay etimologías de nombres dadas o por la causa, como “reges” (reyes) de “regendo” rigiendo) y de “recte agendo” (haciendo rectamente); o por el origen, como “homo” (hombre) porque viene de “humo” (de tierra); o de los contrarios, como de “luere” (lavar) “lutum” (lodo), cuando el lodo no es limpio, y lucus (bosque, derivado de lux, luz), que opaco por la sombra, poco luce.
(4) Otros también se han formado por la derivación de los nombres, como de prudencia prudente; y otros de las voces, como de garrulidad garrulo; otros, procedentes de una etimología griega, fueron declinados en latín, como “silva”, “domus”.
(5) Otras cosas obtuvieron sus nombres de los de lugares, ciudades o ríos. Y muchas cosas traen sus nombres de las lenguas de distintos pueblos; de ahí que a malas penas se puede adivinar su origen: hay en efecto muchos nombres bárbaros desconocidos para los latinos y los griegos.