He comentado en diferentes momentos que lo que más placer me causa (o al menos uno de los más exquisitos para mi) es abandonarme a la naturaleza tumbado o recostado sobre un buen árbol en un campo verde y frondoso.
Y, fruto de esa experiencia de inactividad total y plena, he tenido muchas oportunidades de observar mis asientos arbóreos desde perspectivas varias, lo cual me ha sugerido abundantes a la par que provechosas meditaciones al respecto.
El árbol es un ser curioso que a mi se me asemeja un cierto pariente de la Sabiduría. En concreto me gusta llamarle Hermes o Mercurio, sea el árbol que sea ya que este semidios era el mensajero o intermediario entre los dioses y los humanos, lo cual equivale a decir entre el cielo y la tierra.
Así, el árbol, cual remedo mercuriano, intenta con su copa tocar el cielo mientras hunde sus raíces en lo más profundo de la tierra. Es como las dos caras de la moneda: si falta una, pierde todo su valor.
Creo que el árbol es inteligente, sí señor, sabe elegir lo mejor de cada casa y no hace desprecios ni arriba ni abajo, tomando lo que le es útil y aprovechándolo para su propio placer y beneficio, pero, eso sí, devolviendo el favor generosamente en forma de frutos y semillas que repartan su dote.
A veces, me apetece abrazar a mi árbol, profunda y sosegadamente, sin prisas, disfrutando de su amable contacto. De hecho quien así me ha visto ha huido rápidamente pensando en mi locura porque, al fin y al cabo, podrá pensar que es mucho mejor abrazar a alguien más cercano. Pero es que a mi, en realidad, me parece más cercanísimo un árbol que muchos próximos, puesto que el comer su fruto surgido de su semilla en realidad es como alimentarse del propio árbol, y eso equivale a tomar lo mejor de cada casa con cada bocado.
¿Cabe más generosidad?
Y, fruto de esa experiencia de inactividad total y plena, he tenido muchas oportunidades de observar mis asientos arbóreos desde perspectivas varias, lo cual me ha sugerido abundantes a la par que provechosas meditaciones al respecto.
El árbol es un ser curioso que a mi se me asemeja un cierto pariente de la Sabiduría. En concreto me gusta llamarle Hermes o Mercurio, sea el árbol que sea ya que este semidios era el mensajero o intermediario entre los dioses y los humanos, lo cual equivale a decir entre el cielo y la tierra.
Así, el árbol, cual remedo mercuriano, intenta con su copa tocar el cielo mientras hunde sus raíces en lo más profundo de la tierra. Es como las dos caras de la moneda: si falta una, pierde todo su valor.
Creo que el árbol es inteligente, sí señor, sabe elegir lo mejor de cada casa y no hace desprecios ni arriba ni abajo, tomando lo que le es útil y aprovechándolo para su propio placer y beneficio, pero, eso sí, devolviendo el favor generosamente en forma de frutos y semillas que repartan su dote.
A veces, me apetece abrazar a mi árbol, profunda y sosegadamente, sin prisas, disfrutando de su amable contacto. De hecho quien así me ha visto ha huido rápidamente pensando en mi locura porque, al fin y al cabo, podrá pensar que es mucho mejor abrazar a alguien más cercano. Pero es que a mi, en realidad, me parece más cercanísimo un árbol que muchos próximos, puesto que el comer su fruto surgido de su semilla en realidad es como alimentarse del propio árbol, y eso equivale a tomar lo mejor de cada casa con cada bocado.
¿Cabe más generosidad?
1 comentario:
Mi querido amigo Hortulano....cuando puedas pasa por mi blog y lee el post Y el cielo me responde...donde hablo del espíritu de mi árbol.
Abrazo de Luz.
Gloria del Valle.
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