Si queremos conocer la fuerza del genio humano, leamos a Shakespeare. Si queremos conocer la insignificancia del saber humano, leamos a sus comentaristas. William Hazlitt
Hoy en día estamos rodeados de inteligentes: hay expertos hasta para elegir la sopa más adecuada para cada día de la semana. Este tipo de inteligentes modernos son capaces de comentar, explicar y rebatir cualquier argumento, libro, texto sagrado o no, en base única y exclusivamente a sus conocimientos generales o específicos de una materia. Un experto en economía cobra autoridad, si es conocido, para poder hablar de psicología, ética, filosofía, historia, o incluso de cómo ponerse adecuadamente el sombrero (para quien aún lo siga utlizando) en cada ocasión.
Curiosamente, a mayor especificidad en el conocimiento (no digamos ya en el Saber, que seria una incongruencia total) mayor universalidad en la opinión. Porque lo que ocurre es eso, que se opina, simple y llanamente se opina y, como la ignorancia es muy atrevida, tras la primera opinión, que se ve que no solamente no es criticada sino que, además, se vuelve importante y admirada, las demás fluyen libremente sin tapujos ni vergüenza alguna.
Esto ocurre, como no podía ser de otro modo, con los textos sagrados de cualquier cultura y/o tradición y más particularmente con los textos que bajo la rúbrica de esotéricos pululan por doquier. Porque bajo esta etiqueta, "esotérico", se ha configurado un cajón de sastre donde todo vale con tal de que no sea entendible por la mayoría (o por la minoria que los interpreta y opina sobre ellos). Así, en ese mismo cajón encontramos auténticas maravillas, como el Poimandres de Hermes, unidas a verdaderas invenciones, como el denominado Teosofismo de Blavatsky (para diferenciarlo afortunadamente de la Teosofía de Theos - Dios y Sophia, Sabiduría: sobran los comentarios ya en el mismo nombre).
Y es que está de moda opinar, y si no se conoce el objeto de la opinión mejor que mejor. Todos saben de todo y asistimos a un auténtico espectáculo con el tema de la crisis global donde resulta que por un lado todo el mundo sabe cómo ha ocurrido, el por qué y de qué forma podía haberse evitado y, por otro lado, nadie lo dijo antes de que ocurriese, esperándose a después.
Esta forma de opinar, se vuelve lamentable cuando se realiza sobre textos herméticos donde los opinadores filtran en base a sus expectativas, ideas, cuando no prejuicios, todo lo que leen, dejando a un lado el espíritu que guió su creación y composición y centrándose únicamente en su mente racional que desconoce aquella cosas "de las que el corazón entiende".
¿De qué forma podría entenderse si no la afirmación de que todo el universo es mental? ¿La confusión entre mente y pensamiento es tan difícil de discernir? ¿El intelectual moderno, cual computadora con el disco duro lleno de datos es mejor que la idea del intelecto tradicional? ¿Hoy en día cualquiera está por encima de alguien del pasado?
La acumulación de datos no es Saber, de igual forma que la acumulación de ideas no es Conocer.
A mi me gusta mucho más lo fértil que lo estéril, y es por eso que cuando llega a mis manos un texto interesante, escrito desde lo más profundo del corazón y en uso pleno del Intelecto, me vacío cual cisterna y me dejo empapar por lo que allí se diga, en una especie de ejercicio de similitud vibracional que, a pesar de lo que puedan decir los opinadores, me ha producido resultados naturalmente asombrosos. Así, disfrutando de ese baño, curiosamente se aprende a nadar y a conocer las diferentes especies que viven en este mar.
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