No recordaba dónde estaba, ni sabía cuanto tiempo llevaba así. Casi no sentía su cuerpo y una especie de adormecimiento le poseía hasta el punto de no saber si estaba dormido o despierto. La oscuridad le rodeaba por completo, pero no era normal, como la de esas noches sin luna en las que le gustaba pasear en soledad, no, se trataba más bien de una noche cerrada, densa, plena, casi palpable. Le costaba ver y, por más que se esforzaba por centrar su mirada en algún punto, lo único que percibía era eso, negrura absoluta.
Por un momento creyó que quizás había tenido un accidente y estaba anestesiado sobre una mesa de operaciones, pero rechazó la idea al instante, ya que podía pensar perfectamente, como siempre, como cuando había luz. ¿Luz? “espera, parece que logro ver algo”” se dijo a sí mismo; Parecía como si sus ojos hubiesen ido acostumbrándose poco a poco a esa oscuridad y comenzase a percibir algo del lugar donde se encontraba. Era pequeño, un habitáculo reducido, donde apenas podía extenderse sin que sus brazos tocasen lo que parecían ser las paredes del recinto. Al tacto, eran esponjosas, pero no exentas de cierta dureza amable que en cierto modo le hacía sentirse protegido, cuidado, seguro. Lo extraño era que al mover uno de sus brazos le pareció que lo hacía en cámara lenta, muy despacio, aunque hubiese jurado que sentía el movimiento como siempre. Decidió probar una vez más y desplazó una pierna fijándose muy bien en cómo lo hacía. Se sobresaltó al ver que, efectivamente, la pierna en su recorrido breve pero casi eterno, le recordaba a esos astronautas que daban un paseo espacial: “sí, era eso”, su cuerpo parecía encontrarse en un estado de ingravidez, como si bucease a gran profundidad. El caso es que no era una sensación molesta ni mucho menos agobiante, sino placentera, como jamás había experimentado antes, ni siquiera en sus incursiones bajo el mar buscando extasiarse con la belleza de ese mundo casi siempre oculto a los ojos de todos.
“¿Bucear?: ¿qué era eso?”. Tan rápidamente como vino, el pensamiento se fue. En realidad, no recordaba quién era, dónde vivía, si tenía familia, hijos. Nada, absolutamente nada. De hecho, cada vez que se esforzaba por traer algún tipo de recuerdo a su mente, ocurría justo lo contrario, perdía otro que hasta ese instante era claro y diáfano como la luz del día. Una sensación extraña, aprensiva, se instaló en la zona que correspondía a su estómago; creía recordar que era miedo “¿miedo? ¿qué significa esa palabra?”.
Poco a poco notó que sus ojos se iban acostumbrando a la oscuridad reinante y pudo recorrer con su mirada, pobre pero suficiente, el lugar. No sabía bien qué pero tenía la certeza de que faltaba algo, era una sensación muy poderosa hasta el punto de que repasó una y mil veces todo el contorno sin encontrar la respuesta; y, de repente, se dio cuenta. ¡No había puerta alguna¡ Era como si estuviese encerrado en una burbuja opaca, algo grande pero burbuja al fin y al cabo, sin rastro alguno de entrada o salida. Además le parecía como si esa burbuja empequeñeciese por momentos, dejándole cada vez menos espacio. De nuevo la sensación rara (“¿miedo era?”) le invadió. Instintivamente se acurrucó, sintiéndose inmediatamente más protegido, y pudo calmarse algo.
Y entonces lo oyó: como un eco lejano, retumbando, un sonido apagado, amortiguado por las paredes de la burbuja. Parecía como si algo o alguien golpease la superficie, llamando a una puerta inexistente. Era un golpeteo rítmico, pausado, como siguiendo una línea ya trazada de antemano, por lo que creyó que debía tratarse de una persona que desde el exterior intentaba comunicarse con él.
Un leve rayo de esperanza iluminó su existencia, “por fin podré salir y encontrar una explicación a ésto”. Pero tal y como vino, el rayo se fue y a continuación sintió algo de tristeza ante la posibilidad de abandonar la burbuja, su burbuja (así había decidido llamarla). Estaba tan a gusto, libre de presiones, miedos, peligros, influencias nocivas. De hecho, sentía una calma como jamás experimentó anteriormente (o al menos eso creía recordar).
Durante un tiempo quedó ensimismado con el sonido, que a veces parecía aumentar en intensidad y volumen de forma desproporcionada y otras se calmaba, como si el cansancio pudiese a quien fuera que llamaba, permitiéndole, así, recobrar las energías necesarias para seguir llamando o, incluso, como si quien llamaba no quisiera perturbar la paz que experimentaba. Un día (o una noche, o no sabría bien cuándo: “¿Qué era el tiempo?”) escuchó otro sonido similar al que se había convertido en su compañero inseparable desde hacía tiempo (desde siempre). Este nuevo “compañero” (como le bautizó al instante) sonaba mucho mas apagado que el grande, y en lugar de provenir del exterior, parecía surgir de sí mismo, como si algo en su interior estuviese pugnando por salir, inundando al mismo tiempo todo su ser y toda su burbuja. Era como si lo de fuera y lo de dentro fuese una sola cosa que, por circunstancias que desconocía, se separaron en un momento indeterminado y ahora que se habían escuchado no deseaban más que reunirse de nuevo.
El deseo, que sentía como suyo, era de tal magnitud que oleadas de amor le recorrían y bañaban una y otra vez con cada pulsación rítmica, como si de un corazón latiendo se tratara (“sí, creo que es el término más parecido que recuerdo...”), amenazando con ahogarle en un océano de amor que nadie podría soportar por mucho tiempo. ¡Y creía conocerlo todo¡ Qué grandeza, qué enormidad, qué universo encerrado en esa estancia tan mínima donde a veces casi resultaba imposible respirar¡. Casi deseaba sucumbir, dejarse arrastrar como una barca a la deriva...
De repente algo enturbió la maravilla. Delante suyo, le pareció ver un ligero brillo, una mínima luz que aparecía como por arte de magia a sus ojos cansados. Los frotó incrédulo, sopesando la posibilidad de que se tratase de un espejismo, pero el brillo aumentó, de hecho cada vez era mayor, más claro y luminoso. Sí, una puerta se abría en su burbuja y junto a la luz podía oír algo, unas voces que parecían llamarle, reclamarle.
“No por favor, dejadme aquí, no quiero salir, ahora no”, gritó todo lo que sus pulmones le permitieron; “He encontrado la paz, ¿no lo comprendéis?, ¡no quiero abandonarla¡”. Pero, conforme la luz aumentaba su tamaño mas y más, comenzó a notar un ligero movimiento en la hasta ahora tranquila y quieta burbuja. Era como si intentase empujarle, expulsarle, como si, tras haberle deleitado con un sentimiento más allá de toda comprensión posible, ahora quisiera privarle de ello, de golpe, sin explicación alguna. La fuerza que le impulsaba hacia la salida era cada vez mayor, y la distancia se iba reduciendo a pasos agigantados. Mientras su cuerpo traspasaba el umbral sólo pudo hacer una cosa: llorar.
María estaba feliz, radiante, a pesar de encontrarse en una fría sala de hospital. Todos los dolores y sufrimientos que había padecido desaparecieron de golpe ante la maravilla que había podido contemplar. Allí, encima suyo, tras un tiempo que pensó iba a ser eterno, su hijo vino a este mundo. Y entonces, en ese momento mágico, le abrazó y, acompañándole en un beso tierno y dulce como la miel, lloró.
3 comentarios:
Bello y conmovedor relato, salir de la burbuja, volver a la burbuja... Instantes que conforman toda una Vida.
Gracias por compartirlo.
Saludos!
Hola,
Veo emerger en tu relato un eterno y delicado tema de disputa.
Si la transmigración del alma fuera algo real, cuando se podría afirmar que ésta a tomado posesión de su cuerpo, en el momento de la fecundación, en el momento del nacimiento o ni en uno ni en otro?
Saludines
ALCHEMY: Gracias a ti por calificarlo así tan generosamente. Son instantes, efectivamente que a veces pueden llevar toda una vida
BARUK: El tema es delicado sí efectivamente fuese ese el del relato. En realidad no quería meterme en esos berenjenales sino simplemente escenificar la diferencai entre lo que calificamos como "real" y lo que no, que a veces no existe o está conformada por un hilo demasiado fino. Asimismo, también me refería a ese morir y renacer constante que forma parte de nuestra vida, que ocurre a diario, aunque, como diría Cervantes, es mejor la primera muerte para que no llegue a alcanzarnos la segunda.
Un saludo cordial.
Publicar un comentario