lunes, 26 de enero de 2009

La Burbuja




No recordaba dónde estaba, ni sabía cuanto tiempo llevaba así. Casi no sentía su cuerpo y una especie de adormecimiento le poseía hasta el punto de no saber si estaba dormido o despierto. La oscuridad le rodeaba por completo, pero no era normal, como la de esas noches sin luna en las que le gustaba pasear en soledad, no, se trataba más bien de una noche cerrada, densa, plena, casi palpable. Le costaba ver y, por más que se esforzaba por centrar su mirada en algún punto, lo único que percibía era eso, negrura absoluta.

Por un momento creyó que quizás había tenido un accidente y estaba anestesiado sobre una mesa de operaciones, pero rechazó la idea al instante, ya que podía pensar perfectamente, como siempre, como cuando había luz. ¿Luz? “espera, parece que logro ver algo”” se dijo a sí mismo; Parecía como si sus ojos hubiesen ido acostumbrándose poco a poco a esa oscuridad y comenzase a percibir algo del lugar donde se encontraba. Era pequeño, un habitáculo reducido, donde apenas podía extenderse sin que sus brazos tocasen lo que parecían ser las paredes del recinto. Al tacto, eran esponjosas, pero no exentas de cierta dureza amable que en cierto modo le hacía sentirse protegido, cuidado, seguro. Lo extraño era que al mover uno de sus brazos le pareció que lo hacía en cámara lenta, muy despacio, aunque hubiese jurado que sentía el movimiento como siempre. Decidió probar una vez más y desplazó una pierna fijándose muy bien en cómo lo hacía. Se sobresaltó al ver que, efectivamente, la pierna en su recorrido breve pero casi eterno, le recordaba a esos astronautas que daban un paseo espacial: “sí, era eso”, su cuerpo parecía encontrarse en un estado de ingravidez, como si bucease a gran profundidad. El caso es que no era una sensación molesta ni mucho menos agobiante, sino placentera, como jamás había experimentado antes, ni siquiera en sus incursiones bajo el mar buscando extasiarse con la belleza de ese mundo casi siempre oculto a los ojos de todos.

“¿Bucear?: ¿qué era eso?”. Tan rápidamente como vino, el pensamiento se fue. En realidad, no recordaba quién era, dónde vivía, si tenía familia, hijos. Nada, absolutamente nada. De hecho, cada vez que se esforzaba por traer algún tipo de recuerdo a su mente, ocurría justo lo contrario, perdía otro que hasta ese instante era claro y diáfano como la luz del día. Una sensación extraña, aprensiva, se instaló en la zona que correspondía a su estómago; creía recordar que era miedo “¿miedo? ¿qué significa esa palabra?”.

Poco a poco notó que sus ojos se iban acostumbrando a la oscuridad reinante y pudo recorrer con su mirada, pobre pero suficiente, el lugar. No sabía bien qué pero tenía la certeza de que faltaba algo, era una sensación muy poderosa hasta el punto de que repasó una y mil veces todo el contorno sin encontrar la respuesta; y, de repente, se dio cuenta. ¡No había puerta alguna¡ Era como si estuviese encerrado en una burbuja opaca, algo grande pero burbuja al fin y al cabo, sin rastro alguno de entrada o salida. Además le parecía como si esa burbuja empequeñeciese por momentos, dejándole cada vez menos espacio. De nuevo la sensación rara (“¿miedo era?”) le invadió. Instintivamente se acurrucó, sintiéndose inmediatamente más protegido, y pudo calmarse algo.

Y entonces lo oyó: como un eco lejano, retumbando, un sonido apagado, amortiguado por las paredes de la burbuja. Parecía como si algo o alguien golpease la superficie, llamando a una puerta inexistente. Era un golpeteo rítmico, pausado, como siguiendo una línea ya trazada de antemano, por lo que creyó que debía tratarse de una persona que desde el exterior intentaba comunicarse con él.

Un leve rayo de esperanza iluminó su existencia, “por fin podré salir y encontrar una explicación a ésto”. Pero tal y como vino, el rayo se fue y a continuación sintió algo de tristeza ante la posibilidad de abandonar la burbuja, su burbuja (así había decidido llamarla). Estaba tan a gusto, libre de presiones, miedos, peligros, influencias nocivas. De hecho, sentía una calma como jamás experimentó anteriormente (o al menos eso creía recordar).

Durante un tiempo quedó ensimismado con el sonido, que a veces parecía aumentar en intensidad y volumen de forma desproporcionada y otras se calmaba, como si el cansancio pudiese a quien fuera que llamaba, permitiéndole, así, recobrar las energías necesarias para seguir llamando o, incluso, como si quien llamaba no quisiera perturbar la paz que experimentaba. Un día (o una noche, o no sabría bien cuándo: “¿Qué era el tiempo?”) escuchó otro sonido similar al que se había convertido en su compañero inseparable desde hacía tiempo (desde siempre). Este nuevo “compañero” (como le bautizó al instante) sonaba mucho mas apagado que el grande, y en lugar de provenir del exterior, parecía surgir de sí mismo, como si algo en su interior estuviese pugnando por salir, inundando al mismo tiempo todo su ser y toda su burbuja. Era como si lo de fuera y lo de dentro fuese una sola cosa que, por circunstancias que desconocía, se separaron en un momento indeterminado y ahora que se habían escuchado no deseaban más que reunirse de nuevo.

El deseo, que sentía como suyo, era de tal magnitud que oleadas de amor le recorrían y bañaban una y otra vez con cada pulsación rítmica, como si de un corazón latiendo se tratara (“sí, creo que es el término más parecido que recuerdo...”), amenazando con ahogarle en un océano de amor que nadie podría soportar por mucho tiempo. ¡Y creía conocerlo todo¡ Qué grandeza, qué enormidad, qué universo encerrado en esa estancia tan mínima donde a veces casi resultaba imposible respirar¡. Casi deseaba sucumbir, dejarse arrastrar como una barca a la deriva...

De repente algo enturbió la maravilla. Delante suyo, le pareció ver un ligero brillo, una mínima luz que aparecía como por arte de magia a sus ojos cansados. Los frotó incrédulo, sopesando la posibilidad de que se tratase de un espejismo, pero el brillo aumentó, de hecho cada vez era mayor, más claro y luminoso. Sí, una puerta se abría en su burbuja y junto a la luz podía oír algo, unas voces que parecían llamarle, reclamarle.

“No por favor, dejadme aquí, no quiero salir, ahora no”, gritó todo lo que sus pulmones le permitieron; “He encontrado la paz, ¿no lo comprendéis?, ¡no quiero abandonarla¡”. Pero, conforme la luz aumentaba su tamaño mas y más, comenzó a notar un ligero movimiento en la hasta ahora tranquila y quieta burbuja. Era como si intentase empujarle, expulsarle, como si, tras haberle deleitado con un sentimiento más allá de toda comprensión posible, ahora quisiera privarle de ello, de golpe, sin explicación alguna. La fuerza que le impulsaba hacia la salida era cada vez mayor, y la distancia se iba reduciendo a pasos agigantados. Mientras su cuerpo traspasaba el umbral sólo pudo hacer una cosa: llorar.

María estaba feliz, radiante, a pesar de encontrarse en una fría sala de hospital. Todos los dolores y sufrimientos que había padecido desaparecieron de golpe ante la maravilla que había podido contemplar. Allí, encima suyo, tras un tiempo que pensó iba a ser eterno, su hijo vino a este mundo. Y entonces, en ese momento mágico, le abrazó y, acompañándole en un beso tierno y dulce como la miel, lloró.

martes, 13 de enero de 2009

La Arte




Viendo las diversas interpretaciones que de la noble Arte de Hermes circulan hoy en día por doquier, no podemos por menos que esperar que el texto que ofrecemos a continuación sirva para, al menos, iluminar y desgranar el grano de la paja del lector humilde. El resto que siga disfrutando de su fruto estéril, aunque pudiendo saborear algo fértil, no se yo dónde queda la elección.




Tangibilidad de la Alquimia


Hoy en día asistimos a una especie de acomodaciones modernas de lo tradicional de tal suerte que todo es entendible desde un punto de vista solamente dejando de lado la otra parte que, ineludiblemente, debe presidir todo lo aquí abajo existente.

Se produce una perversión donde hasta los términos se prostituyen de forma gratuita, tendiendo a denomina “espiritual” a lo que es un puro ejercicio mental y denominar material a lo que se desprecia y aparta a un lado como algo inservible.

De este modo, todo es interpretado a la luz de esa especie de nueva lucerna denominada New Age o modernismo sin darse cuenta que es imposible entender plena y fielmente bajo preceptos modernos aquello que se ha escrito bajo la égida tradicional, y que no ha sufrido cambio alguno en sus manifestaciones literarias, escultóricas o emblemáticas (tratados, obras arquitectónicas y libros de emblemas, por poner un ejemplo) desde su origen conocido.

Es cierto que ya Hermes en La Tabla Esmeralda dijo que “... de esto se harán admirables adaptaciones...”, pero no es menos cierto que no dijo que se harían también otras adaptaciones desprovistas de toda maravilla.

Lo anterior es patente en la Alquimia, a la que se ha proscrito a una especie de yoga espiritual, un método de desarrollo personal o también como algo esotérico destinado a controlar el pensamiento y la mente humanos (véase por ejemplo, ese invento moderno denominado Kybalión) o, finalmente pero no por último, a una psicología especial (Jung).

Se separa lo que está unido, el alma y el cuerpo, el espíritu y la materia y la inteligencia y la sabiduría (se podría consultar provechosamente lo que se entiende hoy en día por Intelectual y lo que el término significa tradicionalmente).

Hasta la propia Iglesia separa la carne del espíritu, olvidando que Nuestro Señor, el Cristo, resucitó en cuerpo y alma.

Sin embargo, cualquier que se tome la molestia de leer sin ideas ni juicios preconcebidos cualquier tratado de Alquimia verá que ésta es definida como una ciencia positiva, en el más puro sentido científico del término, que trata con sustancias palpables, tangibles y visibles, que habla de las minas, lugar donde hay que encontrar las materias y que su último objetivo es lograr la Piedra Filosofal, que no la piedra de los filósofos.

Así:

La Naturaleza y el orden que Dios ha establecido para el Mundo, la Experiencia, la Razón y los Libros de los Filósofos Herméticos, bien y sanamente comprendidos, no quieren y no pueden permitir que se hable de otro modo de la Teoría y Práctica de la Piedra de los Filósofos. En consecuencia debemos considerar poco sabios en la Naturaleza y aún menos versados en la Filosofía Hermética quienes traten de ella de otro modo, o quienes tomen otras materias o sigan otros procedimientos y piensen que por otro camino que el que yo he enseñado en este Resumen Cabalístico, se pueda llegar al final de esta tan noble Ciencia y a la composición de la preciosísima Piedra de los Filósofos. No obstante no debemos tener por ignorantes a los antiguos Filósofos que hayan escrito de otra manera, quiero decir oscuramente, bajo parábolas y enigmas; ni malvados por que hayan enseñado cantidad de Materias y Operaciones falsas, inútiles y desacertadas, ya que esto lo han hecho para impedir que los malvados e indignos pudiesen llegar al conocimiento; sabiendo perfectamente que esta ciencia, después de la de Dios, es la primera de todas las demás y el mayor bien que la divina Bondad ha comunicado a los hombres. Las personas de bien que la buscasen con buena intención, por la gracia de Dios, podrían comprenderla fácilmente, especialmente si siguiendo sus consejos, dirigieran siempre sus ojos hacia la Naturaleza para reconocer como se gobierna en sus Generaciones, de que materia se sirve y que orden y que procedimiento observa perpetuamente de la misma manera.
(Idea Perfecta de la Filosofía Hermética - Colleson)

Es decir, no hay que interpretar a la ligera ni bajo prismas particulares lo que se ha escrito (“y aún menos versados en la Filosofía Hermética quienes traten de ella de otro modo”) pero tampoco significa que esta ciencia sea una química pretérita ya que no debemos “tener por ignorantes a los antiguos Filósofos”, puesto que “esta ciencia, después de la de Dios, es la primera de todas las demás” y no hay más que dirigir los ojos hacia “La Naturaleza para reconocer como se gobierna en sus Generaciones”.

La Alquimia propone operaciones concretas y materiales, experimentales que en esencia permiten transformar o llevar hacia su perfección cualquier material o metal imperfecto pero al mismo tiempo, ya que la Naturaleza dice “Ayúdame y te ayudaré”, promete que nuestro beneficio será parejo al trabajo que realicemos en su ayuda.

Es así que reza un adagio: “Si buscas el oro jamás serás un Adepto y si llegas a convertirte en u adepto jamás te interesará el Oro”.

¿Debemos deducir de ello que la Arte trabaja con pensamientos, ideas mentales y objetos psicológicos?: Indudablemente la respuesta es NO. ¿Eso quiere decir que tan sólo (si fuese ese “tan sólo” poca cosa) sirve para transformar metales y mejorar los minerales?. Indudablemente la respuesta es NO.

La cantidad de genios despiertos en toda época y cultura que han dedicado su tiempo, cuando no toda su vida a leer, estudiar e investigar esta ciencia debería hacernos pensar, si tuviésemos la suficiente humildad, que no es una quimera espiritualista sino que nos ofrece una recompensa total y plena.

Un antiguo tratado insiste de la siguiente forma:

EUDOXIO
Es verdad que este Filósofo no pone límites al saber de aquel que pretenda el entendimiento de un arte tan maravilloso: pues el sabio debe conocer perfectamente la naturaleza en general, y las operaciones que ella ejerce, tanto en el centro de la tierra, en la generación de los minerales y de los metales, como sobre la tierra, en la producción de los vegetales y de los animales. Debe conocer también la materia universal y la materia particular e inmediata, sobre la cual opera la naturaleza para la generación de todos los seres; debe conocer, en fin, la relación y la simpatía, así como la antipatía y la aversión natural que se produce entre todas las cosas del mundo. Tal era la ciencia del Gran Hermes, y de los primeros Filósofos que, como él, llegaron al conocimiento de esta sublime Filosofía por la penetración de su espíritu y por la fuerza de sus razonamientos: pero después de ser escrita esta ciencia y de que el conocimiento general, del que acabo de darte una buena idea, se encuentre en los buenos libros; la lectura y la meditación, el buen sentido y una práctica suficiente de la Química, pueden dar casi todas las luces necesarias para adquirir el conocimiento de esta suprema Filosofía; si añadís a ello la rectitud de corazón y de intención que atraen la bendición del Cielo sobre las operaciones del sabio, sin lo cual es imposible triunfar.
Plática de Eudoxio y Pirófilo acerca de La Antigua Guerra de los Caballeros

Son necesarios la rectitud de corazón y de intención para poder atraer, cual potente imán, “la bendición del Cielo”. Es decir, no bastará con saber o conocer las operaciones que hay que realizar y que ejecuta la Naturaleza “en el centro de la tierra, en la generación de los minerales y de los metales” sino que para que la empresa culmine con éxito es necesario algo más. Podemos decir, que la materia sin el espíritu no sería nada pero el espíritu sin la materia también estaría huérfano.

Un conocedor moderno que lo expresa mejor que nosotros:

Los Filósofos dicen que todo aquí abajo no es más que polvo y cenizas. Es el mundo de la generación y de la corrupción. Entre todas las sustancias sublunares, sólo este hermoso metal es inalterable. La hipótesis de los alquimistas es la siguiente: Si el oro, sol terrestre, es indestructible, es porque posee en sí un principio físico de inmortalidad. Si los hombres conociesen el poder y la medicina que contiene, abandonarían todas sus ocupaciones para emprender la búsqueda del secreto que el Soberano Creador ha depositado en las minas, con el fin de encontrar esta cura y regeneración a la que aspira el género humano.
(Reflexiones sobre el Oro de los Alquimistas EH)


Es cierto que se habla de “muerte iniciática” (el lector interesado consultará con gran provecho el Monográfico nº 8 sobre Simbolismo de esta misma Revista) y no es menos cierto que se establece una comparación con la “muerte” del metal que ocurre en una de las operaciones de la Obra, en concreto durante la putrefacción. Ahora bien, una cosa es hablar sobre esta analogía o relación semántica si se quiere, y otra muy distinta interpretar esa operación con esa materia como una especie de yoga ascético individual y personal. Ya Buda tras su etapa con los renunciantes que mortificaban su cuerpo aprendió que ese no era el camino ya que, siguiéndolo tal y como se propone hoy en día bajo un aspecto “intelectual” y “erudito” en el discurso puede interpretarse de forma bastarda y altamente peligrosa; pro ejemplo: si consideramos que sólo lo que muere o se pudre puede fructificar, al interpretar todo bajo el prisma mental o “espiritual”, podemos llegar a pensar que debemos optar por corrompernos a nosotros mismos realizando y haciendo actos y pensamientos vulgares hasta el máximo para que luego de ello salga la verdadera semilla que ilumine nuestro devenir. Esto, que puede resultar exagerado, es una realidad a veces demasiado patente.

No somos capaces de controlar ni manejar nuestros pensamientos a diario y mucho menos nuestras conductas y ¿pretendemos, pues, controlar, manipular y orientar el Espíritu de forma voluntaria?. Cuando plantamos una humilde semilla en una tierra fértil, ésta se pudre pro sí sola y crece hacia lo alto sin saber cómo ni preguntarse qué medios o cuáles técnicas se han necesitado para que se produzca el milagro. Nos limitamos a preparar la tierra, limpiarla, enterrar la semilla afín a lo que pretendemos obtener, tapamos y regamos. Solamente se puede obtener de la semilla de cada reino aquello que pertenece a su mismo género.

Se habla también del fuego secreto y se compara con multitud de cosas, pero no se detiene la mirada en los textos donde se nos dice que la materia tiene su propio fuego y sabe en qué momento hacerlo actuar y operar. (Puede consultarse nuestro artículo sobre el Fuego en el número de esta Revista).

En nuestra Obra, una vez preparadas las materias necesarias, se cierran herméticamente y se deja que se desarrollen por sí solas las operaciones propias que solamente el Espíritu sabe realizar.

El resto ya no es cosa nuestra. Si se mantiene el secreto es por pura compasión y protección no por orgullo en el ocultamiento de una técnica. El cerebro sólo entiende de una parte y el corazón de otra y los textos alquímicos se dirigen a esa parte que traspasa el filtro individual y que “lee” sin leer y “escucha” sin oír.

Schwaller de Lubicz en su obra “Esoterismo y Simbolismo” ya avisa de lo siguiente:

“Son charlatanes los que creen poder revelar el esoterismo de tal enseñanza. Pueden tratar de explicar el sentido subyacente de una palabra o fórmula, o sea, un secreto convencional, pero, en la Ciencia Sagrada, lo único que podrán hacer será sustituir las palabras y de ello resultará, como máximo, mala literatura en lugar de una idea simple”

¿Somos más inteligentes que los que nos precedieron simplemente porque somos más modernos? ¿Todo es reducible a lo mental, a una interpretación espiritualista y estéril de la realidad que propone?

Que cada cual sea libre de interpretar, pensar o deducir “adaptaciones” de los textos Alquímicos pero que el fiel y humilde seguidor de su secreto, ore en silencio y trabaje manchándose las manos con el único de fin de contribuir en la medida que tiene asignada a enaltecer y aumentar, si ello es posible, Su mayor Gloria.