viernes, 18 de abril de 2008

Lo de Arriba

Siempre me ha admirado cómo de un simple gusano puede, en la oscuridad, producirse y generarse un hermoso ser alado. Al mirar cómo se realizan las asombrosas transformaciones en el terreno de cultivo donde a partir del sacrificio de una simple y humilde semilla puede aparecer el árbol más frondoso, mi asombro fue in crescendo.


Karl von Eckarthausen. CATECISMO DE LA QUÍMICA SUPERIOR

Para probar la analogía de las verdades naturales
Con las verdades de la fe
Por un adorador de la religión y de la naturaleza
Cuyo número humano es 15.
Dedicado a quienes son capaces de la luz.

Pregunta: ¿Quién eres tú?
Respuesta: Soy un hombre que conoce la luz y que comulga con ella.
P. ¿y qué tipo de hombre es ese?
R. Es todo aquel hombre que después de haber reconocido la luz ha sido iluminada por ella, comulgando enteramente con ella; es todo aquel hombre que sabe y practica todo aquello que la vieja y auténtica comunidad de la luz siempre supo y practicó, estuviera o no estuviera escrito en el libro de la luz.
P. ¿A través de que signo se reconocerá a un hombre que comulga con la luz?
R. A partir de un hecho: él conoce en la naturaleza el signo de la cruz, el gran símbolo de la fuerza de disociación, de la separación de lo puro y de lo impuro, de lo perfecto y de lo imperfecto, evitando los errores y falsos trabajos que con unanimidad rechazan los maestros verdaderos de la auténtica comunidad de la luz.
P. ¿cómo se designa al que comulga con la luz de la naturaleza?
R. A través del gran signo de la cruz de la naturaleza (+), signo de la gran fuerza de disociación. Todo lo dice y emprende en el nombre o según los atributos del fuego, de la luz y del espíritu, de tal manera que todo lo conduce hacia su Amén, esto es, hacia su culminación.
P. ¿Cuántos capítulos relativos a la auténtica comunidad de la luz ha de conocer todo aquel que comulga con la luz?
R. Hay cinco capítulos: el primero concierne a la convicción verdadera y a la fe, o adhesión a la luz. El segundo consiste en los siete medios para obtener la luz. El tercero son los diez mandamientos de la luz. El cuarto es el conocimiento de la forma pura que recibe y de la fuerza creadora que actúa. El quinto es la ciencia de la disociación de la luz.

CAPÍTULO PRIMERO
De la comunión con la luz

P. ¿En qué consiste el capítulo primero de la doctrina auténtica de la luz?
R. En la comunión con la luz y el conocimiento de ella, pues sin esta comunión y este conocimiento no es posible hacer actuar una fuerza ni realizar o culminar cualquier cosa.
P. ¿En qué debe creer y con qué debe comulgar cada hijo de la luz?
R. En todo aquello que han escrito y enseñado lo hombres de la luz en los 12 artículos de la auténtica comunidad de la luz.
P. ¿Cuáles son los 12 artículos de la auténtica comunidad de la luz?
R. 1. Comulgo y creo en una fuerza creadora del fuego, de la que nacieron el cielo y la tierra, el extensum y el concretum a partir de lo fijo y lo volátil. 2. Comulgo y creo también en una luz producida por la fuerza del fuego, luz maestra del universo o fuerza todopoderosa de la naturaleza. 3. Esta luz pura que emana del fuego es recibida por el espíritu más puro y ha nacido de la forma más pura. 4. Y con todo, deberá sufrir en el reino de lo impuro, ha sido disociada, mortificada y sepultada bajo tierra. 5. Entonces la luz desciende a lo más profundo de la materia y al cabo de tres épocas, esto es, tres reuniones de tres fuerzas espirituales con tres formas purificadas, es rectificada y de nuevo hecha viviente. 6. Se eleva hasta la suprema perfección en tanto fuerza de luz brillante del fuego todopoderoso. 7. Y después de haber adquirido esta suprema perfección, es capaz de devolver la vida a lo que está muerto y de tornar perfecto lo imperfecto. 8. Creo en el espíritu de la luz que emana del fuego y del calor y lo conozco. 9. La santa, universal y verdadera comunidad de la luz, asociación y unión de cuantos son capaces de la luz. 10. La abolición de las enfermedades y de la miseria. 11. La renovación de nuestro ser. 12. Y la felicidad suprema de la vida.
P. ¿Cuál es la principal pretensión de estos 12 artículos?
R. La principal pretensión es que, quien sea capaz de la luz, siga las leyes de la luz, que reconozca por la razón y que practique por la voluntad, a saber, que no existe más que una sola fuerza universal, en una sustancia y esencia, y al mismo tiempo triple en su evolución: fuerza del fuego en tanto fuerza creadora, fuerza de la luz en tanto que fuerza unitiva y fuerza del espíritu , emanando del fuego y de la luz, en tanto que fuerza formadora de todas las cosas.
Este espíritu que emana lo conduce todo a la perfección y, según los medios ordenados, a la suprema culminación.

CAPÍTULO SEGUNDO
de los siete medios para obtener la luz

P. ¿Cuál es el capítulo segundo de la doctrina de la verdadera comunidad de la luz?
R. Son los siete medios para obtener la luz, medios que la comunidad estima como santos y eminentes.
P. ¿En qué consiste un medio?
R. Consiste en una acción visible por la cual una fuerza invisible realiza una perfección interior.
P. ¿Cuántos medios hay?
R. Siete y guardan analogía con los siete sacramentos. 1. El bautismo, por el agua y la luz. 2. La confirmación de la materia según el agua y la luz. 3. La purificación. 4. La recepción de la luz superior por parte de la esencia y la sustancia. 5. La santificación y el perfeccionamiento del objeto. 6. El aceite de lo alto. 7. La asociación del fuego y de la luz en un cuerpo perfecto.
P. ¿Qué es el bautismo por la luz?
R. Es el primero y el más necesario de los medios de asociación. Gracias a él, la materia es purificada por el agua y por la palabra operativa en el agua y es reproducida como cuerpo nuevo, participante (?) en el ser de luz.
P. ¿Qué es la confirmación?
R. La confirmación por la luz es un medio de asociación por el cual la materia preparada como se ha dicho anteriormente, es fortificada por el aceite de luz y por el espíritu que se encuentra en ella. A partir de aquel momento es susceptible de perfección.
P. ¿Cuál es el tercer medio de asociación?
R. Aquel por el cual la luz y el fuego, bajo las especies formales de los principios pan y vino, reciben su esencia, cuando un sacerdote ordinario de la naturaleza sabe transformar estos principios sobre el altar.
P. ¿Cuál es el cuarto medio de asociación?
R. Es el medio gracias al cual el sacerdote de la naturaleza, capaz de la luz, purifica la materia receptiva a la luz y a sí mismo de todos los efectos de la imperfección.
P. ¿Cual es el quinto?
R. Es el medio de asociación gracias al cual la fuerza pura de la luz, bajo forma de aceite, se eleva hasta la perfección de las fuerzas curativas.
P. ¿Cual es el sexto?
R. El sexto es aquel gracias al cual la materia es santificada y hecha capaz de luz por medio de 7 fuerzas operantes.
P. ¿Cuál es el séptimo?
R. Es la asociación perfecta de la luz con el fuego gracias a un ser intermediario que emana de la luz y del fuego, y que realiza la más perfecta de todas las asociaciones.

CAPÍTULO TERCERO
De los diez mandamientos de la luz

P. ¿Cuál es el capítulo tercero de la comunidad de la luz?
R. Los diez mandamientos de la luz, de los cuales se ha escrito: «Si quieres realizar cualquier cosa, realízala por la ejecución de los mandamientos de la ley
P. ¿Cuáles son los diez mandamientos de la luz?
R. Son los siguientes: 1. No hay más que una materia. 2. Las propiedades de esta materia han de ser utilizadas ordenadamente. 3. En seis acciones la materia termina su trabajo cotidiano, ya que tres fuerzas producen tres seres y en la séptima fuerza, en tanto que plenitud de sus acciones, reposa; esta séptima fuerza será santa para tí, porque es el Sabbath de la luz. 4. La luz y el fuego, en tanto que elemento pasivo y activo, han de inspirarte respeto, pues el fuego es el elemento macho y la luz el elemento hembra y son padre y madre de todas las cosas. 5. No arrebates a la luz lo vivificante, a fin de que no muera la materia que ha de ser exaltada. 6. No mezcles tu obra fuera del orden establecido. Toda cosa a su tiempo y según sus rotaciones. Tu deber consiste en unir las fuerzas dispersas. 7. No sustraerás las propiedades ni a la luz ni al fuego; deber del sabio es hacer que actuen enteramente, dejando a cada cual lo que le pertenece. 8. No tomes como verdadera una falsa aparición y no aceptes nada impuro o extraño pues no sería capaz de absorber la luz, a fin de que el artificio no te produzca una falsa imagen. 9. El espíritu emanante de la luz y del fuego no desea ninguna cosa que todavía permanezca ligada a otras o que no esté desapegado de ellas. 10. Además, este espíritu no desea ninguna materia que le sea extraña o desemejante.
P. ¿Cuál es el contenido principal de estas leyes de la luz?
R. Que la luz ha de penetrar enteramente tu materia o sustancia, a fin de que el fuego sea enteramente unido por la luz y que el espíritu emanante de la luz y del fuego vivifique enteramente tu materia. Esta es la primera ley. La segunda es similar a la anterior, a saber: deberás tratar de la misma manera a la materia con que trabajas y a toda otra esencia que quieras llevar a la perfección. A estas dos condiciones principales se ciñen toda la ciencia de la luz y todos aquellos que comulgan con ella.
P. ¿Cuáles son los mandamientos de la comunidad de la Luz que trabaja?
R. Son en número de cinco. Primero: respeta como sagrados los momentos de reposo en el trabajo, pues la luz tiene sus sábados y el trabajador debe festejarlos. Segundo: durante el curso de esas fiestas de luz, consagra la sustancia del santo sacrificio; deja, por el agua de luz, que lo puro se separe de lo impuro y lo activo de lo inactivo. Tercero: durante el trabajo abstente de todo cuanto atenta contra la ley de la luz, tanto en las fuerzas y acciones como en las formas y esencias de las cosas, éstos son los 4 cuatembres (quatembres) de la escuela de la luz. Cuarto: por lo menos una vez al año, intenta discutir con un amigo razonable los progresos que hayas hecho y de descubrir lo que te regocija, a fin de que tengas un sostén para tu camino que te lleve a la perfección. Quinto: durante las épocas que la razón te dictará, te abstendrás muy mucho de abrir tu corazón a otros como de vincularte a ellos prematuramente.
P. ¿Por qué es necesario respetar los mandamientos de la comunidad de la luz de los verdaderos conocedores de la naturaleza?
R. Porque las leyes de la luz, o condiciones de la luz, mandan que el hombre no obedezca únicamente a lo necesario en el interior de la naturaleza para alcanzar el objetivo fijado, sino igualmente a lo que se exige exteriormente a tal fin. En efecto, el cuarto mandamiento de la luz supone estas exigencias y cualquiera que no respete sus buenas ordenanzas y preceptos será tenido por profano y hombre carnal que ignora las leyes del espíritu.

CAPÍTULO CUARTO

P. ¿Cuál es el capítulo cuarto de la comunidad de la luz interior de los verdaderos conocedores de la naturaleza?
R. Es el conocimiento de la analogía del santo Padrenuestro adherente y del santo Saludo angélico adherente, con la fuerza natural y la forma naturalmente más pura.
P. ¿Cuál es esa analogía?
R. 1. Fuerza suprema de la luz, tu que eres lo divino en la naturaleza y que permaneces en lo más profundo de ella como en el cielo, santificados sean tus atributos y tus preceptos. 2. Donde tú estás, todo es perfecto. Que el reino de tu conocimiento venga entre los tuyos. 3. Que en todo trabajo, nuestra única voluntad seas tú, ¡fuerza de luz que actúas por tí mismo! y de igual forma que todo lo realizas en la entera Naturaleza, realízalo todo en nuestro trabajo. 4. Danos el rocío del cielo y las grosuras de la tierra, los frutos del sol y de la Luna que vienen del árbol de la vida. 5. Y perdona todos los errores que hemos cometido en nuestro trabajo, por desconocimiento de tí, tal como nosotros queremos extirpar de su error a quienes han ofendido nuestros principios. No nos abandones a nuestra presunción y a nuestra propia ciencia, antes bien, libéranos de todo mal por la culminación de tu obra. Amén.
Analogía del Ave
¡Bienvenida seas, fuente pura del movimiento propio, forma pura capaz de recibir la fuerza de la luz! Tan sólo a tí se une la fuerza de luz de todas las cosas. De entre todas las formas receptivas, tu eres la más bienaventurada y santo es el fruto que recibes, esencia de la luz y de la sustancia del calor unidas. Forma pura que ha engendrado al ser más perfecto, ¡álzate para devenir fuerza de luz para nosotros mientras trabajamos y en la hora de terminar nuestro trabajo.
P. ¿Cuál es el contenido principal de todo el Paternoster de los hijos de la luz y de su analogía con la naturaleza?
R. Ellos ruegan por la suma de todos los bienes espirituales y temporales para salvación del alma y de la vida, para obtener de aquel que es la fuerza suprema de la luz, -lo divino en la naturaleza-, la gran obra de la naturaleza; rezan para que Dios les guíe hacia la sabiduría, los preserve de cometer errores durante sus trabajos y les enseña a ser benevolentes hacia los hombres, sus hermanos, a fin de que sea realizado aquello que Dios prometió a los descendientes de Abraham, de Isaac y de Jacob, y que sea verificada la alianza de Dios con los hombres.
P. ¿Porqué los hijos de la luz también tienen una analogía con el Salve angélico?
R. Con objeto de que admiren no sólo tu grandeza de Dios en tu fuerza todopoderosa de la Naturaleza (con la cual tiene analogía Cristo), también para que reconozcan igualmente el esplendor de la forma virginal más pura, cuya analogía es la Virgen María a quien se ha unido la fuerza superior a fin de producir lo más perfecto que existe. Pues de la misma forma que el Espíritu Santo se ha unido a la Virgen María para producir al hombre espiritual más perfecto, igualmente, digo, el espíritu más puro de la naturaleza se ha unido a la materia mas pura para producir la forma física más perfecta, el redentor físico de la naturaleza, que conduce a todos los otros objetos físicos a la perfección, lo cual constituye el secreto de los sabios. Por esa razón, este arte no puede ser comprendido sino por aquel que se adhiere a Cristo; y sólo las analogías con la religión nos conducen hacia el conocimiento supremo, igual que la experiencia adquirida por los hijos de la luz los conduce, también por analogía, al conocimiento de los más altos misterios de la fe.
P. ¿No es suficiente con que un hijo de la luz sepa y conozca todo lo que está prescrito?
R. ¡No! Esto no es suficiente, también debe practicar y demostrar su conocimiento a través de sus obras; sobre lo anterior está fundada la ciencia de la disociación de los hijos de la luz, ciencia que está en analogía con la justicia cristiana.

CAPÍTULO QUINTO

P. ¿Cuál es el capítulo quinto de los hijos de la luz?
R. Se compone de dos partes, a saber: quien comulga con la luz debe, por la gracia de lo alto, que es nuestro rocío, nuestra +, purificar lo impuro por doquier y realizar el bien, pues el conocimiento debe concordar con la ejecución, esto quiere decir que la teoría y la práctica deben concordar; para el conocedor de la luz no basta con conocer el arte, también debe practicarlo, pues solamente saber no justifica, también es menester la práctica.
P. ¿Cuál es el mal del que conviene huir a toda costa en nuestra ciencia de la luz?
R. Aquel que amenaza al hombre con la privación de ese bien natural supremo que es la más alta perfección de la naturaleza.
P. ¿Cuáles son los principales pecados o errores que se pueden cometer durante la operación?
R. Son las acciones que, -tanto durante la operación como en la aplicación de este tesoro después de la operación-, son contrarios a las finalidades divinas. Para ser más precisos, son las siguientes: la excesiva elevación del fuego. La excesiva concentración. El despilfarro. La excesiva parsimonia de la naturaleza. La sobrecarga. La inflamación. El enfriamiento. En relación a estos pecados principales y mortales que matan el espíritu, está escrito: aquellos que los cometan no obtendrán la perfección suprema en la naturaleza física.
P. ¿Cuántas infracciones o pecados químicos contra el espíritu de la naturaleza existen?
R. 1. Edificar sobre este espíritu presuntuosamente, sin indulgencia ni razón, pecando contra su misericordia. 2. Desesperar de forma prematura cuando no se ve inmediatamente su efecto. 3. Oponerse al conocimiento de las verdades químicas. 4. Envidiar a los hermanos por la gracia que han merecido. 5. Endurecer el corazón contra las más saludables exhortaciones. 6. Permanecer en la ignorancia. Estas infracciones no tienen perdón pues jamás podrán ser compensadas durante la obra.
P. ¿Cuáles son las infracciones que claman al cielo?
R. 1. Destruir deliberadamente la obra. 2. Profanar la obra. 3. Abusar de ella para oprimir a los hombres. 4. Escatimar el salario que merece quien haya participado en ella.
P. ¿Cuáles son los pecados químicos escandalosos?
R. 1. Aconsejar a otro el error químico. 2. Incitar a otro al pecado. 3. Consentir el error de otro. 4. Alabar el error ajeno. 5. Callar en presencia del error de otro. 6. Cerrar los ojos ante el error de otro. 7. Participar en los errores de otro. 8. Defender tales errores. De esta forma, nos hacemos partícipes de los errores ajenos como si los hubiéramos cometido nosotros mismos.
P. Cuando uno está en posesión de la obra ¿es suficiente con abandonar el mal y evitar el pecado?
R. ¡No! También es necesario hacer el bien, pues Dios no otorga esta gracia si no es con el fin de que el hombre así gratificado pueda aportar los frutos maduros de la perfección. Debe igualmente llevar una vida justa y piadosa ante Dios y ante los hombres y, por medio de las buenas obras, hacer honor a su elevada vocación.
P. ¿Cuántas buenas obras hay?
R. Tres. 1. El sabio ha de tener su alma siempre orientada hacia Dios y la sabiduría. 2. que se abstenga de todo aquello que no es ni divino ni sabio. 3. Que remedie por doquier las necesidades de los hombres, sus hermanos.
P. ¿Para qué sirven las buenas obras?
R. Las buenas obras sirven para hacer feliz tanto al individuo como al universo entero.
P. ¿Cuáles son las obras corporales de la misericordia que puede realizar el sabio cuando ha adquirido la perfección suprema de la naturaleza física?
R. 1. Puede alimentar a quienes tienen hambre. 2. Dar de beber a los que tienen sed. 3. Vestir a los desnudos. 4. Albergar a los extranjeros. 5. Curar a los enfermos. 6. Reavivar la materia muerta.
P. ¿Qué obras espirituales puede practicar ese mismo sabio?
R. 1. Puede castigar el pecado. 2. Informar a los ignorantes. 3. Prodigar sus consejos a quienes dudan. 4. Consolar a los afligidos. 5. Sufrir la injusticia pacientemente.
P. ¿Cuáles son las ocho felicidades químicas?
R. Son las obtenidas por el disfrute y la posesión de la más alta perfección de la naturaleza en tanto supremo bien natural y que son enseñadas por san Juan en el Apocalipsis a partir de la revelación del Señor. 1. A quien lo consiga yo le daré a comer del fruto del árbol de la vida, que se halla en el paraíso de mi Dios. 2. Quien lo consiga no será afectado por la segunda muerte. 3. A quien lo consiga yo daré a comer del pan celeste oculto y le daré una piedra blanca sobre la cual estará escrito un nombre nuevo, nombre que nadie comprenderá salvo aquel que posea la piedra. 4. A quien lo consiga, a quien guarde mi obra hasta el fin daré yo poder sobre las naciones y guiará a los pueblos con vara de hierro y los quebrará como vasos de alfarero; poseerá lo que yo he heredado del Padre y le daré una estrella del alba. 5. Quien lo consiga será revestido de blanco, y jamás borraré yo su nombre del libro de la vida y a él confesaré públicamente ante mi Padre y los ángeles. 6. Aquel que lo consiga será una columna en el templo de mi Dios y sobre él inscribiré yo el nombre de mi Dios y el nombre de la ciudad santa que es la nueva Jerusalén descendiendo del cielo y conocerá mi nuevo nombre. 7. A quien lo consiga, a ese dejaré yo que se siente sobre mi trono, igual que estoy yo sentado sobre el trono de mi Padre porque yo le he hecho mío. 8. Quien sea vencedor obtendrá por derecho de sucesión todo cuanto desee y espere de mi. Yo seré Dios y él será mi hijo.
P. ¿Cuáles son los consejos evangélicos o celestes de este arte?
R. Son en número de tres: 1. Ser pobre en la riqueza. 2. Ser abstinente pudiendo disfrutar de todo. 3. Ser obediente pudiendo mandar.
P. ¿Cuáles son las últimas cuatro cosas?
R. 1. La muerte, en tanto que mortificación de la materia. 2. el juicio, o disociación. 3. de lo que es celeste y viviente. 4. Frente a frente con lo que es terrestre y muerto. ¡Piensa, oh, hombre, durante tu trabajo, en estas últimas cuatro cosas y no errarás en tu obra.

NOTAS FINALES

La fuerza más sutil es unida por el imán a la materia más grosera.
La fuerza divisible aparecerá como indivisible.

EXPERIENCIA

Es posible descomponer un imán en tantos puntos como se quiera; todos los trozos conservarán puntos y polos similares.
Lo que en el caso del imán se manifiesta en las partes exteriores parece predicarse de forma imperceptible en todos los cuerpos. Sin duda alguna, todos tienen sus puntos y polos de fuerza por cuyo medio se unen a cuerpos similares y rechazan los cuerpos desemejantes.
A partir del principio de base principium infinitorum similium, la estructura del universo entero, en todo lo que contiene, de lo más grande a lo más pequeño, aparece coherente y regulado por relaciones magnéticas; igualmente, estas relaciones asocian lo más sutil con lo más grosero y lo más grosero con lo más sutil, -todo según un orden coherente. La igualdad y la desigualdad dimanan, ambas, de un recipiente único que es la fuerza.
Problemas
1. ¿Cómo puede ser dividida una magnitud en innumerables otras, de tal suerte que, de la más pequeña a la más grande, subsista sin embargo, siempre, una relación semejante?
O bien: ¿cómo hacer para que innumerables potencias y series de números (actus) se sigan unas a las otras guardando una dependencia constante, de tal suerte que en el infinito subsista una relación semejante?
O bien: ¿cómo la fuerza interior ha de ser unida a la fuerza exterior para que la forma oculta se vuelva hacia el exterior? Dado el caso de que, en los espejos parabólicos el foco se situa entre las tangentes y secantes, ¿no sería necesario ajustar las tangentes a las secantes si se desea hallar el punto más interno a partir de la forma exterior según ángulos iguales?
¿No sería posible juntar en el aire, en cierto lugar, los puntos armónicos? ¿Qué quiere decir: hallar la cuadratura del círculo? ¿Acaso no sería contrario a la naturaleza de las cosas imaginar que «hallar la cuadratura del círculo» significa que se quiere expresar un círculo por medio de un cuadrado? «Hallar la cuadratura del círculo» ¿No significaría más bien la expresión (épuiser) de un espacio cíclico por medio de números racionales de tal manera que, del más pequeño al más grande subsista siempre una relación precisa? ¿Cómo hallar la raíz y el área de cada cuadrado irracional? ¿Y cómo hallar la verdadera proporción de las líneas laterales y perpendiculares? ¿Cómo demostrar, a partir del contenido racional del triángulo equilátero (sin conocer previamente la línea del cuadrado de aquel) cuántos pies o fragmentos contiene el cuadrado del triángulo? ¿Qué entendían los antiguos, de hecho, por cuadratura y qué entendían por arithmetica novenaria? ¿Y qué descubrimientos haría el mundo si la arithmetica novenaria estuviera asociada a la cuadratura? Y en la física, el principium infinitorum similium ¿no reina en tanto que principium cognitionis? Y en la metafísica y la teología, el principium unitatis ¿no puede ser acaso el principium conscientiae? Gracias a estos dos principios lo efímero y lo pasajero ¿no podrían ser fijados y hechos permanentes? ¿Acaso no es una ley eterna la que manda que lo espiritual encuentra su subsistencia en lo corporal y que lo espiritual sea contenido en un espacio corporal?
Esta corporeidad o ese «en qué» ¿no será alguna cosa que podría ser expresada con el término «espacio», una forma corporal en el interior de la cual opera lo espiritual? ¿No hay tres principios de base? ¿y estos no operan acaso bajo una forma de siete fuerzas? Estos tres principios de base no son acaso tres fuentes de automoción que conducen siete formas hasta el interior de una única concepción? ¿las tres primeras formas no constituyen el primer principio, la cuarta y la quinta constituyen el segundo principio y la sexta y la séptima constituyen el tercer principio?
Al considerar el universo, que se mantiene unido de forma casi inmutable, el ser razonable ha de concluir que existe un eterno e indisoluble vínculo de la diinidad que lo mantiene enteramente unido. Sin embargo también se verifica en el mundo material la fragilidad y lo efímero y en lo efímero, lo imperecedero.
El hombre puede conocer todo aquello, pero para adquirir este conocimiento le es menester, sin embargo, alguna cosa que lo haga posible. Esta cosa es la luz interior, o alma y por otra parte, la cosa que lo hace todo visible, esto es, la luz exterior.
El alma de la que hablamos es desconocida por el hombre en tanto que luz y esto será así mientras considere las cosas en su espíritu y en el espíritu natural y no según el espíritu divino. Cuando comienza a considerar a Dios en nuestro espíritu, ve que Dios está fuera de todo espacio y de todo tiempo, de todo lugar y de todo movimiento y que sin embargo alguna cosa ha de haber en Dios que se mueva, que ordene el espacio y el tiempo, el lugar y todas las cosas. Esta cosa es la palabra, la sabiduría y el esplendor de Dios, y esta palabra no es una esencia ideal, sino una cosa corporal, por la cual lo divino y lo humano en su forma más pura, lo suprasensible y lo sensible, lo espiritual y lo físico, actúen conjuntamente:
-Sobre la receptividad del hombre ante lo divino.
-Sobre la capacidad de elevación del hombre carnal hasta lo suprasensible.
-Sobre la capacidad de lo material para magnificarse y transformarse en espiritual…

FIN

Orar

Se me hacía imposible poder estar sin pensar en algo todo el tiempo o siquiera dedicarle a una idea fija más de cinco minutos seguidos.
Una mañana, a eso del amanecer, me encontré con que una hermosa flor, que hasta entonces no había percibido en el terreno que cuido, atrajo mi atención hasta el punto de que llegó la noche sin darme cuenta del tiempo transcurrido y sin sentir necesidad de comer o beber cosa alguna.
Es evidente que luego sacié mi apetito.

ACERCA DE LA ORACIÓN ININTERRUMPIDA
Máximo el Confesor

El Hermano dijo: Padre mío, enséñame, os lo ruego, de qué manera la oración extirpa los conceptos en el espíritu. El anciano respondió: Los conceptos son conceptos de objetos. Entre tales objetos algunos se dirigen a los sentidos, otros al espíritu. El espíritu que se demora entre ellos queda enredado en esos conceptos, pero la gracia de la oración une al espíritu a Dios y, mediante esa unión, lo separa de todos los conceptos. El espíritu, así desnudo, se hace familiar y semejante a Dios. Como tal, le pide lo que necesita y tal demanda jamás es frustrada. Por ello el apóstol prescribe "orar sin interrupción" para que uniendo asiduamente nuestro espíritu a Dios, lo liberemos poco a poco de las ataduras con los objetos materiales.
El hermano le dijo: ¿Cómo puede el espíritu "orar sin interrupción" puesto que, salmodiando, leyendo, conversando, consagrándonos a nuestros oficios, lo desviamos hacia numerosos pensamientos y consideraciones?
El anciano respondió: La divina Escritura no ordena nada imposible. El apóstol también salmodiaba, leía, servía y, sin embargo, oraba sin interrupción.
La oración ininterrumpida consiste en mantener el espíritu sometido a Dios con una gran reverencia y un gran amor, sostenerlo en la esperanza de Dios; realizar en Dios todas nuestras acciones y vivir en él todo lo que nos sucede. El apóstol, puesto que se encontraba en tal disposición, oraba sin tregua.

ACERCA DE LA PURIFICACIÓN DEL CORAZÓN

Cuando hayáis triunfado animosamente sobre las pasiones del cuerpo, cuando hayáis guerreado lo suficiente contra los espíritus impuros y arrojado sus pensamientos fuera del dominio del alma, rogad entonces para que os sea dado un corazón puro y para que el espíritu de rectitud sea restaurado en vuestras entrañas (cf. Sal 51, 12), es decir, que, vaciados de los pensamientos corruptos, la gracia os llene de pensamientos divinos.
Y que sea el mundo espiritual de Dios, inmenso y resplandeciente, compuesto de contemplaciones morales (vida activa), naturales (primeras contemplaciones) y teológicas (contemplación de Dios). Aquel que haya vuelto puro su corazón conocerá no solamente las razones de los seres inferiores a Dios, sino que atraerá también, en una cierta medida, al mismo Dios y, cuando haya franqueado la sucesión de todos los seres, alcanzará la cumbre suprema de la felicidad. Dios, manifestándose en ese corazón se dignará grabar allí sus propias leyes por medio del Espíritu, como sobre nuevas tablas mosaicas. Esto en la medida en que el corazón haya progresado en la acción y la contemplación, según la intención mística del precepto:
"Creced" (Gén 35, II). Se puede llamar corazón puro a aquel que no tiene ningún movimiento natural hacia ninguna cosa, de cualquier tipo que sea. Sobre esta tabla perfectamente alisada por una absoluta simplicidad, Dios se manifiesta e inscribe sus propias leyes.
Es un corazón puro el que presenta a Dios una memoria sin especies ni formas, dispuesta únicamente a recibir los caracteres por los que Dios acostumbra a manifestarse.
El espíritu de Cristo que reciben los santos según las palabras: "nosotros poseemos el pensamiento de Cristo" (1 Cor 2, 16), no viene a nosotros mediante la privación de nuestro poder intelectual, ni como un complemento de nuestro intelecto, ni bajo la forma de un agregado sustancial a nuestro intelecto. No. Él hace brillar el poder de nuestro intelecto en su propia cualidad y lo conduce a su propio acto. Yo llamo "tener el espíritu de Cristo" a pensar según Cristo y pensar a Cristo en todas las cosas.

(Fragmentos de «La Filocalia en la oración de Jesús» Ed. Sígueme.)

Soltar

Pasando mucho tiempo cultivando y trabajando la tierra se aprende algo importante: no hace falta más que lo estrictamente necesario para vivir en el día a día. Con un simple azadón y un poco de pan y vino, es más que suficiente para poder preparar un buen terruño donde plantar aquello que más amemos.
Normalmente, estamos tan atareados y con tanta prisa que la mochila que constantemente llevamos cargada hasta los topes casi ni siquiera la notamos, pero su peso está ahí, desgastando nuestras fuerzas e impidiendo que caminemos más rectos y alegres.
No se trata solamente, como algunos podrían pensar, de cargas elevadas sino también de las más terrenales. ¡Cuánto peso nos quitamos de encima con un simple gesto!
En realidar es un "soltar" un "desasirse" y como ejemplo mejor está el siguiente texto, que se puede encontrar incluido junto a otros del mismo autor (altamente recomendable) en el libro editado por Siruela EL FRUTO DE LA NADA.

DEL DESASIMIENTO
(Von abegescheidenheit)


Del desasimiento
[1]
He leído muchos escritos tanto de los maestros paganos como de los profetas y del Viejo y del Nuevo Testamento, y he investigado con seriedad y perfecto empeño cuál es la virtud suprema y óptima por la cual el hombre es capaz de vincularse y acercarse lo más posible a Dios, y debido a la cual el hombre puede llegar a ser por gracia lo que es Dios por naturaleza, y mediante la cual el hombre se halla totalmente de acuerdo con la imagen que él era en Dios y en la que no había diferencia entre él y Dios[2], antes de que Dios creara las criaturas. Y cuando penetro así a fondo en todos los escritos —según mi entendimiento puede hacerlo y es capaz de conocer— no encuentro sino que el puro desasimiento supera a todas las cosas, pues todas las virtudes implican alguna atención a las criaturas, en tanto que el desasimiento se halla libre de todas las criaturas. Por ello Nuestro Señor le dijo a Marta: «unum est necessarium» (Lucas 10,42), eso significa lo mismo que: Marta, quien quiere ser libre de desconsuelo y puro, debe poseer una sola cosa o sea el desasimiento.
Los profesores
[3] elogian grandemente el amor, como hace San Pablo quien dice: «Cualquier obra que yo haga, si no tengo amor, no soy nada» (Cfr. 1 Cor. 13, 1 s.). Yo, en cambio, elogio al desasimiento antes que a todo el amor. En primer término, porque lo mejor que hay en el amor es el hecho de que me obligue a amar a Dios, el desasimiento, empero, obliga a Dios a amarme a mí. Ahora bien, es mucho más noble que yo lo obligue a Dios [a venir] hacia mí en lugar de que me obligue a mí [a ir] hacia Dios. Y ello se debe a que Dios se puede relacionar más intensamente y unir mejor conmigo de lo que yo podría relacionarme con Dios. El que el desasimiento pueda obligar a Dios [a venir] hacia mí, lo demuestro como sigue: cualquier cosa gusta de estar en su lugar propio y natural. Ahora bien, el lugar propio y natural de Dios lo constituyen [la] unidad y [la] pureza que provienen del desasimiento. Por lo tanto, Dios debe entregarse, Él mismo, necesariamente a un corazón desasido. Por otra parte, elogio al desasimiento antes que al amor, porque el amor me obliga a sufrir todas las cosas por Dios, en tanto que el desasimiento hace que yo no sea susceptible de nada que no sea Dios. Ahora resulta que es mucho más noble no ser susceptible de nada que no sea Dios, antes que sufrir todas las cosas por Dios, porque en el sufrimiento el hombre presta una cierta atención a las criaturas de las cuales proviene el sufrimiento del ser humano, el desasimiento, en cambio, se halla completamente libre de todas las criaturas[4]. Mas, el que el desasimiento no sea susceptible de nada que no sea Dios, lo demuestro así: Cuando alguna cosa ha de ser acogida, debe ser acogida dentro de algo. Resulta empero, que el desasimiento se halla tan cerca de la nada que fuera de Dios no hay ninguna cosa tan sutil que pueda subsistir en el desasimiento. Él es tan simple y tan sutil que bien puede caber en el corazón desasido. Por lo tanto, el desasimiento no es susceptible de nada que no sea Dios.
Los maestros
[5] ensalzan también la humildad ante muchas otras virtudes. Mas yo ensalzo el desasimiento ante toda humildad, y lo hago porque la humildad puede subsistir sin desasimiento, pero el desasimiento perfecto no puede subsistir sin la humildad perfecta, porque la humildad perfecta persigue el aniquilamiento perfecto de uno mismo. [Pero] el desasimiento toca tan de cerca a la nada que no puede haber cosa alguna entre el desasimiento perfecto y la nada. Por ende, [el] desasimiento perfecto no puede existir sin [la] humildad. Ahora. bien, dosvirtudes siempre son mejores que una sola. La segunda razón por la cual elogio al desasimiento más que a la humildad, consiste en que la humildad perfecta se rebaja ante todas las criaturas y en esta humillación el hombre sale de sí mismo en dirección a las criaturas; el desasimiento, en cambio, permanece en sí mismo. Ahora resulta que ninguna salida puede llegar a ser tan noble que la permanencia dentro de uno mismo no sea mucho más noble. De esto habló el profeta David [diciendo]: «Omnis gloria eius filiae regis ab intus» (Salmo 44, 14), esto quiere decir: «La hija del rey debe todo su honor a su ensimismamiento». El desasimiento perfecto no persigue ningún movimiento, ya sea por debajo de una criatura, ya sea por encima de una criatura; no quiere estar ni por debajo ni por encima, quiere subsistir por sí mismo sin consideración de nadie, y tampoco quiere tener semejanza o desemejanza con ninguna criatura, [no quiere] ni esto ni aquello: no quiere otra cosa que ser[6]. Pero la pretensión de ser esto o aquello, no la desea [tener]. Pues, quien quiere ser esto o aquello, quiere ser algo; el desasimiento, en cambio, no quiere ser nada. Por ello, todas las cosas permanecen libres de él. A este respecto alguien podría decir: Pero si todas las virtudes se hallaban perfectas en Nuestra Señora, entonces debía de haber en ella también el desasimiento perfecto. Luego, si el desasimiento es más elevado que la humildad ¿por qué se preció Nuestra Señora de su humildad y no de su desasimiento, cuando dijo: «Quia respexit dominus humilitatem ancillae suae», lo cual quiere decir: «Él ha puesto sus ojos en la humildad de su sierva»? (Lucas 1,48)… ¿Por qué no dijo ella: Ha puesto sus ojos en el desasimiento de su sierva? A ello contesto, diciendo: En Dios hay desasimiento y humildad, en cuanto podamos hablar de virtudes en Dios. Ahora has de saber que su humildad llena de amor, lo movió a Dios a que se inclinara a la naturaleza humana, mientras su desasimiento se mantenía inmóvil en Sí mismo, tanto cuando se hizo hombre como cuando creó el cielo y la tierra, según te diré más adelante. Y como Nuestro Señor, cuando quiso hacerse hombre, permaneció inmóvil en su desasimiento, Nuestra Señora entendió bien que le pedía lo mismo también a ella y que Él, en este caso, tenía puestos sus ojos en la humildad de ella y no en su desasimiento. Por eso, ella se mantenía inmóvil en su desasimiento y se preció de su humildad y no de su desasimiento. Y si ella hubiera recordado, aunque hubiese sido con una sola palabra, su desasimiento de modo que hubiera dicho: Él ha puesto sus ojos en mi desasimiento, esto habría empañado su desasimiento que ya no habría sido ni entero ni perfecto porque se habría producido un efluvio [del desasimiento]. Mas no puede haber ningún efluvio por insignificante que sea, sin que el desasimiento sea manchado. Y ahí tienes la razón por la cual Nuestra Señora se preciaba de su humildad y no de su desasimiento. Por eso dijo el profeta: «audiam, quid loquatur in me dominus deus» (Salmo 84, 9), esto quiere decir: «Yo quiero callar y quiero escuchar lo que mi Dios y mi Señor le diga a mi fuero íntimo», como si dijera: Si Dios me quiere hablar que se adentre en mí porque yo no quiero salir.
Ensalzo también el desasimiento ante toda misericordia, porque la misericordia no es sino el hecho de que el hombre salga de sí mismo en dirección a las aflicciones de sus semejantes, con lo cual se entristece su corazón. El desasimiento se mantiene libre de eso y permanece en sí mismo y no se deja entristecer por nada porque, mientras algo puede entristecer al hombre, éste no anda bien encaminado. En resumen, cuando miro todas las virtudes, no encuentro ninguna tan completamente inmaculada y tan capaz de relacionar con Dios como lo es el desasimiento.
Hay un maestro llamado Avicena que dice
[7]: La nobleza del espíritu que se mantiene desasido es tan grande que cualquier cosa que vea, es verdadera y cualquier cosa que pida, le está concedida y en cualquier cosa que mande, se le debe obedecer. Y has de saber con certeza: Cuando el espíritu libre se mantiene en verdadero desasimiento, lo obliga a Dios a [acercarse] a su ser; y si fuera capaz de estar sin ninguna forma ni accidente, adoptaría el propio ser de Dios. Pero este [ser] no lo puede dar Dios a nadie fuera de Él mismo; por lo tanto, Dios no le puede hacer al espíritu desasido otra cosa que dársele Él mismo. Y el hombre que se halle así en perfecto desasimiento, será elevado a la eternidad[8], en forma tal que ninguna cosa perecedera lo pueda conmover, que no sienta nada que sea corpóreo, y se dice que está muerto para el mundo porque no le gusta nada que sea terrestre. A esto se refirió San Pablo cuando dijo: «Vivo y, sin embargo, no vivo; Cristo vive en mí» (Gal. 2, 20).
Ahora preguntarás acaso: ¿Qué es el desasimiento ya que es tan noble en sí mismo? A este respecto debes saber que el verdadero desasimiento no consiste sino en el hecho de que el espíritu se halle tan inmóvil frente a todo cuanto le suceda, ya sean cosas agradables o penosas, honores, oprobios y difamaciones, como es inmóvil una montaña de plomo ante [el soplo de] un viento leve. Este desasimiento inmóvil lo lleva al hombre a la mayor semejanza con Dios. Porque el que Dios sea Dios, se debe a su desasimiento inmóvil y gracias a éste Él tiene su pureza y su simpleza y su inmutabilidad. Y por eso, si el hombre ha de asemejarse a Dios —en cuanto una criatura pueda tener semejanza con Dios— esto debe suceder mediante el desasimiento. Luego, este [último] arrastra al hombre a la pureza y desde la pureza a la simpleza y de la simpleza a la inmutabilidad; y estas cosas producen semejanza entre Dios y el hombre; y la semejanza debe darse en la gracia, ya que la gracia arrebata al hombre separándolo de todas las cosas seculares, y lo purifica de todas las cosas perecederas. Y has de saber: estar vacío de todas las criaturas significa estar lleno de Dios, y estar lleno de todas las criaturas, significa estar vacío de Dios.
Ahora has de saber que Dios, antes de existir el mundo, se ha mantenido —y sigue haciéndolo— en este desasimiento inmóvil, y debes saber [también]: cuando Dios creó el cielo y la tierra y todas las criaturas, [esto] afectó su desasimiento inmóvil tan poco como si nunca criatura alguna hubiera sido creada. Digo más todavía: Cualquier oración y obra buena que el hombre pueda realizar en el siglo, afecta el desasimiento divino tan poco como si no hubiera ninguna oración ni obra buena en lo temporal, y a causa de ellas Dios nunca se vuelve más benigno ni mejor dispuesto para con el hombre que en el caso de que no hiciera nunca ni una oración ni las obras buenas. Digo más aún: Cuando el Hijo en la divinidad quiso hacerse hombre y lo hizo y padeció el martirio, esto afectó el desasimiento inmóvil de Dios tan poco como si nunca se hubiera hecho hombre. Ahora podrías decir: Entonces oigo bien que todas las oraciones y todas las buenas obras se pierden [=son inútiles] porque Dios no se ocupa de ellas [en el sentido de] que alguien lo pueda conmover con ellas y, sin embargo, se dice que Dios quiere que se le pidan todas las cosas. En este punto deberías escucharme bien y comprender perfectamente —siempre que seas capaz de hacerlo— que Dios en su primera mirada eterna— con tal de que podamos suponer una primera mirada— miró todas las cosas tal como sucederían, y en esta misma mirada vio cuándo y cómo iba a crear a las criaturas y cuándo el Hijo quería hacerse hombre y debía padecer; vio también la oración y la buena obra más insignificante que alguien iba a hacer, y contempló cuáles de las oraciones y devociones quería o debía escuchar; vio que mañana tú lo invocarás y le pedirás con seriedad, y esta invocación y oración Dios no las quiere escuchar mañana, porque [ya] las ha escuchado en su eternidad antes de que tú te hicieras hombre. Mas, si tu oración no es ferviente y carece de seriedad, Dios no te quiere rechazar ahora, porque [ya] te ha rechazado en su eternidad. Y de esta manera Dios ha contemplado con su primera mirada eterna todas las cosas, y Dios no obra nada de nuevo porque todas son cosas pre-operadas. Y de este modo Dios se mantiene, en todo momento, en su desasimiento inmóvil y, sin embargo, por eso no son inútiles la oración y las buenas obras de la gente, pues quien procede bien, recibe también buena recompensa, quien procede mal, recibe también la recompensa que corresponde. Esta idea la expresa San Agustín
[9] en «De la Trinidad», en el último capítulo del libro quinto, donde dice lo siguiente: «Deus autem», etcétera, esto quiere decir: «No quiera Dios que alguien diga que Dios ama a alguna persona de manera temporal, porque para Él nada ha pasado y tampoco es venidero, y Él ha amado a todos los santos antes de que fuera creado el mundo, tal como los había previsto. Y cuando llega el momento de que Él hace visible en el tiempo lo contemplado por Él en la eternidad, la gente se imagina que Dios les ha dispensado un nuevo amor; [mas] es así: cuando Él se enoja o hace algún bien, nosotros cambiamos y Él permanece inmutable, tal como la luz del sol permanece inmutable en sí misma». A idéntica idea alude Agustín en el cuarto capítulo del libro doce de «De la Trinidad»[10] donde dice así: «Nam deus non ad tempus videt, nec aliquid fit novi in eius visione», «Dios no ve a la manera temporal y tampoco surge en Él ninguna visión nueva». A este pensamiento se refiere también Isidoro en el libro «Del bien supremo»[11], donde dice lo siguiente: «Mucha gente pregunta: ¿Qué es lo que hizo Dios antes de crear el cielo y la tierra, o cuándo surgió en Dios la nueva voluntad de crear a las criaturas?» Y contesta así: «Nunca surgió una nueva voluntad en Dios, pues si bien es así que la criatura en ella misma no existía», como lo hace ahora, «existía, sin embargo, en Dios y en su razón desde la eternidad». Dios no creó el cielo y la tierra tal como nosotros decimos en el transcurso del tiempo: «¡Hágase esto!» porque todas las criaturas están enunciadas en la palabra eterna. A este respecto podemos alegar también lo dicho por Nuestro Señor a Moisés, cuando Moisés le dijera a Nuestro Señor: «Señor, si Faraón me pregunta quién eres ¿qué debo contestarle?», entonces respondió Nuestro Señor: «Dile pues que, El que es, me ha enviado» (Cfr. Exodo 3, 13 s.) Esto significa lo mismo que: El que es inmutable en sí mismo, me ha enviado.
Alguien podría decir entonces: ¿Cristo tuvo también un desasimiento inmóvil cuando dijo: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38 y Marcos 14, 34) y María, cuando estaba al pie de la cruz y se habla mucho de sus lamentaciones?… ¿cómo concuerda todo esto con el desasimiento inmóvil? A este respecto debes saber que —según dicen los maestros
[12]— hay en cualquier hombre dos clases de hombre: uno se llama el hombre exterior, eso es la sensualidad; a este hombre le sirven los cinco sentidos y, sin embargo, el hombre exterior obra en virtud del alma. El otro hombre se llama el hombre interior, eso es la intimidad del hombre. Ahora has de saber que un hombre espiritual que ama a Dios, no emplea las potencias del alma[13] en el hombre exterior sino en la medida en que lo necesitan forzosamente los cinco sentidos; y lo interior se vuelve hacia los cinco sentidos sólo en cuanto es conductor y guía de los cinco sentidos y los protege para que no se entreguen a su objeto en forma bestial, según hacen algunas personas que viven de acuerdo con su voluptuosidad carnal al modo de las bestias irracionales; y semejantes gentes antes que gente se llaman con más razón animales. Y las potencias que posee el alma más allá de lo que dedica a los cinco sentidos, las da todas al hombre interior, y cuando este hombre tiene un objeto elevado [y] noble, el [alma] atrae hacia sí todas las potencias que ha prestado a los sentidos, y de este hombre dicen que está fuera de sí[14] y arrobado porque su objeto es una imagen racional o algo racional sin imagen. Pero debes saber que Dios espera de cualquier hombre espiritual que lo ame con todas las potencias del alma. Por esto dijo: «Amarás a tu Dios de todo corazón» (Cfr. Marcos 12, 30; Lucas 10, 27). Ahora bien, hay algunas personas que gastan las potencias del alma completamente en [provecho] del hombre exterior. Esta es la gente que dirige todos sus sentidos y entendimiento hacia los bienes perecederos; no saben nada del hombre interior. Debes saber pues, que el hombre exterior puede actuar y, sin embargo, el hombre interior se mantiene completamente libre de ello e inmóvil. Resulta que en Cristo hubo también un hombre exterior y un hombre interior, y lo mismo [vale] para Nuestra Señora; y todo cuanto Cristo y Nuestra Señora dijeron alguna vez sobre cosas externas, lo hicieron según el hombre exterior, y el hombre interior se mantenía en un desasimiento inmóvil. Y así habló [también] Cristo cuando dijo: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38 y Marcos 14, 34), y pese a todos los lamentos de Nuestra Señora y a otras cosas que hacía, su intimidad siempre se mantuvo en inmóvil desasimiento. Escucha para ello una comparación: Una puerta se abre y cierra en un gozne. Ahora comparo la hoja externa de la puerta al hombre exterior y el gozne al hombre interior. Entonces, cuando la puerta se abre y cierra, la hoja exterior se mueve de acá para allá y el gozne permanece, no obstante, inmóvil en el mismo lugar y esto es la causa de que no cambie nunca. Lo mismo sucede en nuestro caso, supuesto que lo sepas entender bien.
Con referencia a ello pregunto ahora ¿ cuál es el objeto del desasimiento puro? Contesto como sigue, diciendo que ni esto ni aquello constituye el objeto del desasimiento puro. [Porque] éste se yergue sobre la nada desnuda y te diré por qué es así: El desasimiento puro está situado sobre lo más elevado. Se yergue pues, sobre lo más elevado aquel en que Dios puede obrar de acuerdo con toda su voluntad. Resulta, empero, que Dios no puede obrar en todos los corazones según su entera voluntad porque Dios, si bien es todopoderoso, no puede obrar sino en la medida en que encuentra o crea una predisposición. Y digo «o crea» a causa de San Pablo porque en él no encontró la predisposición, pero lo preparó mediante la infusión de la gracia. Por eso digo: Dios obra en la medida en que halla predisposición. Su operación es distinta en el hombre y en la piedra. Para ello encontramos un símil en la naturaleza: Cuando se hace fuego en un horno y se coloca adentro una masa de avena y una de cebada y una de centeno y una de trigo, no hay más que un solo calor en el horno y, sin embargo, aquél no opera del mismo modo en las masas, porque una llega a ser pan blanco, la otra se vuelve más morena y la tercera más negra aún. Y la culpa de ello no la tiene el calor sino la masa porque es distinta. Igualmente, Dios no opera del mismo modo en todos los corazones, sino que obra según la disposición y susceptibilidad que halla. Pues bien, en el corazón en el que hay «esto» y «aquello», puede haber algo en «esto» o «aquello» a causa de lo cual Dios no puede obrar de la manera más elevada. Por ello, si el corazón ha de tener una disposición para lo más elevado, tiene que estar situado sobre la nada desnuda, y en esto reside también la mayor posibilidad que pueda haber. Dado que el corazón desasido se halla sobre lo más elevado, ha de ser sobre la nada porque en ésta se contiene la mayor susceptibilidad. Toma para ello un símil de la naturaleza. Si quiero escribir sobre una tabla de cera, no puede haber nada escrito en la tabla, no importa lo noble que sea, sin que ello me impida que yo escriba sobre dicha [tabla]; y si quiero escribir, no obstante, tengo que tachar y anular todo cuanto esté escrito en la tabla, y ésta nunca se me presta tanto para escribir como cuando no hay en ella nada escrito. Del mismo modo: si Dios ha de escribir en mi corazón de la manera más elevada, tiene que salir del corazón todo cuanto se llama «esto» y «aquello», así son las cosas con el corazón desasido. Por eso, Dios puede obrar en él del modo más elevado y según su voluntad altísima: De ahí que el objeto del corazón desasido no es ni «esto» ni «aquello».
Mas, ahora pregunto yo: ¿ cuál es la oración del corazón desasido? Contesto diciendo que la pureza desasida no puede rezar, pues quien reza desea que Dios le conceda algo o solicita que le quite algo. Ahora bien, el corazón desasido no desea nada en absoluto, tampoco tiene nada en absoluto de lo cual quisiera ser librado. Por ello se abstiene de toda oración, y su oración sólo implica ser uniforme con Dios. En esto se basa toda su oración. En este sentido podemos traer a colación lo dicho por San Dionisio con respecto a la palabra de San Pablo donde éste dice: «Son muchos quienes corren detrás de la corona y, sin embargo, uno solo la consigue» (Cfr. 1 Cor. 9, 24) —todas las potencias del alma corren para obtener la corona y, sin embargo, la consigue sólo la esencia— Dionisio dice pues
[15]: La carrera no es otra cosa que el apartamiento de todas las criaturas y el unirse dentro de lo increado. Y el alma, cuando llega a esto, pierde su nombre y Dios la atrae hacia su interior de modo que se anonada en sí misma, tal como el sol atrae hacia sí el arrebol matutino de manera que éste se anonada. A tal punto nada lo lleva al hombre a excepción del puro desasimiento. A este respecto podemos referirnos también a la palabra pronunciada por Agustín[16]: El alma tiene una entrada secreta a la naturaleza divina donde se le anonadan todas las cosas. En esta tierra la tal entrada no es sino el desasimiento puro. Y cuando el desasimiento llega a lo más elevado, se vuelve carente de conocimiento a causa del conocimiento, y carente de amor a causa del amor y oscura a causa de la luz. En este sentido podemos citar también lo dicho por un maestro[17]: Los pobres en espíritu son aquellos que le han dejado a Dios todas las cosas, tal como las tenía cuando nosotros todavía no existíamos. Semejante cosa no la puede hacer nadie sino un corazón acendradamente desasido. El que Dios prefiera morar en un corazón desasido antes que en todos los corazones, lo conocemos por lo siguiente: Si tú me preguntas: ¿Qué es lo que Dios busca en todas las cosas? te contesto [con una cita] del Libro de la Sabiduría; allí dice: «¡Busco descanso en todas las cosas!» (Eclesiástico 24, 11). Mas no hay descanso absoluto en ninguna parte con la única excepción del corazón desasido. Por eso Dios prefiere morar allí antes que en otras virtudes o en cualquier cosa. Has de saber también: Cuanto más se empeñe el hombre en ser susceptible del influjo divino, tanto más bienaventurado será; y quien es capaz de ubicarse dentro de la disposición más elevada, se mantiene también en la bienaventuranza suprema. Ahora bien, ningún ser humano se puede hacer susceptible del influjo divino si no tiene uniformidad[18] con Dios, porque en la medida en que cada cual es uniforme con Dios, en la misma medida es susceptible del influjo divino. Ahora bien, la uniformidad proviene del hecho de que el hombre se somete a Dios; y en la medida en la cual el hombre se somete a las criaturas, en la misma medida es menos uniforme con Dios. Pues bien, el corazón acendradamente desasido se abstiene de todas las criaturas. Por lo tanto se halla completamente sometido a Dios y por eso se mantiene en suprema uniformidad con Dios y es también lo más susceptible del influjo divino. En esto pensó San Pablo cuando dijo: «¡Revestíos de Jesucristo!» (Rom. 13, 14), y lo que quiere decir es: en uniformidad con Cristo, y esto de revestirse no puede suceder sino mediante la uniformidad con Cristo. Y sabe: Cuando Cristo se hizo hombre no tomó para sí [el ser de] determinado hombre sino la naturaleza humana. Deshazte, pues, de todas las cosas, entonces queda sólo aquello que tomó Cristo, y de esta manera te has revestido de Cristo.
Quien quiere reconocer, pues, la nobleza y la utilidad del perfecto desasimiento, que se fije en las palabras de Cristo relativas a su humanidad cuando dijo a sus discípulos: «Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Espíritu Santo no vendrá a vosotros» (Juan 16, 7). Es justamente como si dijera: Habéis proyectado demasiado placer en mi apariencia
[19] presente, por ello no podéis tener el placer perfecto del Espíritu Santo. Por eso, despojaos de las imágenes y uníos con la esencia carente de forma, ya que el consuelo espiritual de Dios es sutil; de ahí que no sea ofrecido a nadie que no haya renunciado al consuelo terrestre.
¡Prestad atención, pues, todas las personas sensatas! Nadie está más animado que aquel que se mantiene en el mayor desasimiento. Nunca puede haber consuelo corpóreo y terrestre sin perjuicio espiritual, «porque la carne tiene deseos contrarios contra el espíritu y el espíritu contra la carne» (Gal. 5, 17). Por ende, quien siembra un amor desordenado en la carne (Cfr. Gal. 6, 8) cosecha la muerte eterna; y quien siembra en el espíritu un amor como corresponde, cosecha del espíritu la vida eterna. Por lo tanto, cuanto más rápido el hombre huya de lo creado, tanto más rápido correrá a su encuentro el Creador. ¡En este punto, prestad atención, todas las personas sensatas! Como el placer que podríamos sentir ante la apariencia corpórea de Cristo le pone trabas a nuestra susceptibilidad frente al Espíritu Santo, ¡cuánto mayores serán las trabas que nos pone frente a Dios el placer desordenado con el que anhelamos perecederos consuelos! por eso, el desasimiento es lo mejor de todo, ya que purifica el alma y acendra la conciencia e inflama el corazón y despierta el espíritu y agiliza el ansia y conoce a Dios y aparta a la criatura y se une con Dios.
¡Ahora, prestad atención, todas las personas sensatas! El animal más rápido que os lleva a esta perfección, es el sufrimiento, porque nadie goza más de la eterna dulzura que aquellos que se hallan con Cristo en medio de la mayor de las amarguras. No hay nada más bilioso que el sufrir y no hay nada más melifluo que el haber-sufrido; ante la gente, nada desfigura más al cuerpo que el sufrimiento, mas ante Dios, nada adorna más al alma que el haber-sufrido. El fundamento más firme sobre el cual puede erguirse esta perfección, es la humildad porque el espíritu de aquel cuya naturaleza se arrastra aquí en el rebajamiento máximo, levanta vuelo hacia lo más elevado de la divinidad, pues el amor trae sufrimiento y el sufrimiento trae amor
[20]. Y por lo tanto, quien desea alcanzar el perfecto desasimiento, que corra tras la perfecta humildad, así se acercará a la divinidad.
Que nos ayude el Desasimiento supremo el cual es Dios mismo, para que esto nos suceda a todos. Amén.
[1] La autenticidad del tratado como obra de Eckhart ha sido discutida, pero Quint la afirma (Cfr. tomo V pp. 392 a 399), basándose también en el extenso estudio de su discípulo, Eduard Schaefer (Meister Eckeharts Traktat «Von Abegescheidenheit», 1956). Según Schaefer se trataría de una «colación», según Quint de un «tratado» destinado, no a religiosas (Schaefer) sino a religiosos de la Orden de Eckhart, o sea monjes dominicos. «En este tratado el objetivo de Eckhart es […] de naturaleza ética, no metafísica. Se trata de las condiciones previas al nacimiento de Dios, no de este mismo» (Quint, p. 395). El título alemán reza: «Von abegescheidenheit», y Quint (tomo V p. 438 nota 1) afirma que el término no aparece en los tiempos pre-místicos. Parecería que fue acuñado por Eckhart en su significado específicamente místico. Luego de traer una serie de citas relativas al concepto, Quint continúa diciendo (ibídem): «… se evidencia que la abegescheidenheit posee no sólo un aspecto negativo de desprendimiento, apartamiento, desnudamiento de la criatura y del propio yo y el sí mismo, sino también un matiz positivo, dado implícitamente por la dirección y orientación hacia Dios, constituyendo así la condición fundamental para la unio mystica. Resulta igualmente obvio que la «abegescheidenheit» abarca en Eckhart, el místico especulativo, en primer lugar y en especial gnoseológicamente, el desprendimiento del entendimiento supremo y del conocimiento de éste respecto a tiempo y espacio, «acá» y «ahora», y de todos los accidentes, así como su dirección hacia lo único Uno de la divinidad, pero que además incluye también el comportamiento ético-místico del desprendimiento y de la inmovilidad frente a todas las criaturas».
Basándonos en estos argumentos, creemos que a «abegescheidenheit» corresponde en castellano «desasimiento», usado con frecuencia por Santa Teresa. Véase también el capítulo X del Camino de perfección.
[2] Cfr. Quint (tomo V p.440 nota 3) donde dice que la «imagen» se referiría a «la pre-existencia del hombre como idea en Dios».
[3] Traducimos «lêraere» por «profesores» a diferencia de la palabra «meister» «maestro(s)», mucho más usada por Eckhart.
[4] Quint señala (tomo V p. 442 nota 16) que, si bien el sufrimiento por su dirección hacia las criaturas, es, con miras a la unión con Dios, menos perfecto que el desasimiento, esto no impide que sea «el animal más rápido» que lleva al desasimiento.
[5] En sus escritos latinos Eckhart cita a Bernard de Clairvaux, De consideratione 1. III, y varios pasajes de Augustinus.
[6] Para Eckhart el verdadero desasimiento no existe como ser dirigido hacia algo sino como puro querer-ser. (Cfr. Quint, tomo V p. 443, nota 26).
[7] Avicenna, cfr. Liber sextus naturalium, Pars 4 c. 4.
[8] «gezücket in die ewigkeit» = «elevado a la eternidad» en castellano. A diferencia de otros autores, Quint (tomo V p. 445 s. nota 41) opina que no se trata de un «arrobamiento», un «éxtasis», sino de una «elevación del hombre completamente desasido» […] a la región de lo eterno e imperecedero».
[9] Augustinus, De trinitate V c. 16 n. 17.
[10] Augustinus, De trin. XII c. 7 n. 10. Se ha comprobado pues, que Eckhart hace una indicación errónea con respecto al capítulo.
[11] Isidorus Hispalensis, Libri Sententiarum 1 c. 8 n. 4.
[12] Schaefer remite a Augustinus, De trin. XI c. 1 n. 1.
[13] Quint señala (p. 451 nota 66) que en este contexto «las potencias del alma» se refiere a las potencias superiores: «intellectus, voluntas, memoria» (entendimiento, voluntad, memoria).
[14] «sinnelôs» traducido por «fuera de sí» sería literalmente «libre de los sentidos, carente de ellos». Según Quint (tomo V p. 452 nota 68) «el alma ha sacado todas sus potencias del dominio de los sentidos» y «tiene como objeto de su […] conocimiento racional puro, o una cognoscitiva representación de imagen [contemplación] o un algo cognoscitivo sin imagen [quiere decir, un conocimiento carente de imagen]».
[15] Dionysius Areopagita, De divinis nominibus c. 4 5. 9 y c. 13 5. 3.
[16] Quint (tomo V p. 455 nota 92) pregunta «¿Dónde?» y agrega que Schaefer remite, a modo de comparación, a Seudo-Agustín (Alcher de Clairvaux) De spiritu et anima c. 14.
[17] Cita no comprobada.
[18] «Uniformidad» («einförmicheit» en alemán medio) correspondería a «uniformitas» en latín; pero en este contexto tiene —según Quint (tomo V p. 457 nota 99) y de acuerdo con la acepción del Diccionario de la Real Academia— el significado de «conformidad».
[19] Guiándonos por lo expuesto por Quint (tomo V p. 459 nota 105) traducimos la palabra alemana «bilde» por «apariencia».
[20] También la anterior poesía trovadoresca había insistido en la inevitable vinculación entre amor y sufrimiento o dolor. Es famoso el verso de Gottfried von Strassburg en Tristón e Isolda: «Quien nunca sufrió de sus amores, tampoco de ellos recibió placeres». El Minnesänger (trovador) Dietmar von Eist canta: «Amor sin pena no puede haber». Estos poetas recibieron, a su vez, estímulos de la anterior poesía religiosa.

jueves, 17 de abril de 2008

La Escalera

Estando reposando boca arriba, contemplado el cielo y perdida el alma en menesteres elevados, de repente me di cuenta de que, mucho más cercana, se encontraba la fruta del árbol que me cobijaba y el hambre hizo su presentación. Pensé en que para poder tomarla de su casa, la rama, necesitaba de una escalera.

No voy a exponer aquí las analogías que me surgieron alternando mi visión del árbol al cielo y del cielo al árbol, pero, como todo es porque debe ser, resulta que ya había otros que se habían dedicado a estos aspectos y de forma por demás notable. Así que ahí queda.

Tratado de los siete grados de la perfección
de Fray Jerónimo Savonarola

Con la ayuda de Dios y en la medida de mis posibilidades he recuperado brevemente la razón, consecuencia y exposición de los grados del doctísimo y religiosísimo San Buenaventura, de la orden de los Hermanos menores, por los cuales es posible ascender hasta la cima de la vida espritual, pues en virtud de la caridad que mostráis hacia mí, no hay nada que podáis desear o pedir que yo pueda en modo alguno rechazar o disimular.
Sabed no obstante que el primer grado no fue expresamente ni completamente mostrado por ese hombre venerable a pesar de haberlo establecido como fundamento. La razón de este modo de proceder es que se dirigía a hombres que ya habían adquirido la gracia de Dios y cuya intención era avanzar y recoger los frutos.
Nosotros, sin embargo, y en aras de una mayor inteligencia, lo hemos mostrado por completo. Así pues, leed y aprended obrando, porque estas cosas tan sólo se aprenden cuando las obras han sido hechas.

I. Dios hizo a la criatura razonable para que fuera capaz de comprender y conocer el soberano bien, y conociéndolo lo amase, y amándolo, lo poseyese, y poseyéndolo se regocijase en él.
Más al existir entre Dios y la criatura una distancia infinita, el intelecto creado no puede por su propia virtud ver, poseer y regocijarse en ese soberano bien, a no ser que sea instruido (informato) por algún don supraceleste por medio del cual sea transportado por encima de sí mismo, viéndose elevado de ese modo hasta el goce y fruición de tan grande majestad, bondad y gloria.
En cualquier otro caso, es necesario que el fin se corresponda con los medios, de modo que tan sólo por la rectitud de la vida se puede alcanzar la visión de Dios.
Ahora bien, al hombre que desee alcanzar la beatitud no le basta con esa rectitud de vida que se puede adquirir naturalmente, sino que debe ser ayudado por el don sobrenatural de la gracia de Dios, según reza la palabra del Apóstol: la gracia de Dios es la vida eterna por el señor Jesucristo, y porque, como dice el Filósofo, las operaciones del que opera están en el paciente bien dispuesto, por lo que todo aquel que desee caminar en la Vida cristiana, antes que nada debe prepararse para recibir la gracia de Dios, la cual tan sólo podrá obtener con la ayuda divina, pues las causas segundas tan sólo se ponen en movimiento bajo el impulso del primer motor o causa primera.
Y como dice el Apóstol: no nos está permitido considerar nada que se halle en nsotros como procedente de nosotros mismos, pues todo nuestro mérito y nuestra virtud provienen de Dios.
Y Dios, que es esencialmente bueno, jamás deja de iluminar a cualquiera que en este mundo no falte a nadie en las cosas necesarias, de modo que si todos los hombres encaminados hacia al bien hubiesen seguido verdaderamente el impulso o inspiración, habrían sin duda alcanzado, Dios mediante, la gracia.
En consecuencia, todo aquel que desee vivir según el bien y alcanzar la beatitud, debe ante todo alejarse del pecado, y apresurándose a seguir a Dios, que mueve y atrae su alma hacia Él, no debe dejar de llorar y hacer penitencia hasta que por signos manifiestos pueda conjeturar que, por don de la gracia, ha sido absuelto por Él.
Y los primeros signos de la absolución y de la gracia obtenida son los siguientes: el dolor y el aborrecimiento de la falta (della colpa) pasada; a continuación el estable y firme propósito de vivir cristianamente en el futuro, prefiriendo perder la propia vida a volver a pecar y, además de todo esto, el desprecio de este siglo y el amor y el deseo del siglo venidero.
Así pues, el primer grado de la vida cristiana ha sido llamado justamente grado de la Necesidad –es decir, necesidad de la gracia- a la que debe aspirar por encima de todo cualquiera que desee vivir cristianamente. Y como, según la sentencia de los Santos Padres, en la vía de Dios, no ir hacia delante significa retroceder, todo aquel que alcance el primer grado no debe detenerse, sino que debe seguir hacia los grados superiores. Está escrito: Beatus vir cujus est auxilium abste ascensiones in corde suo disposuit in valle lachrymarum in loco quem posuit. Etenim benedictionem dabit legislator ibunt de vitrtute in virtutem videbitur Deus deorum in Syon, es decir: “Bendito el hombre que posee la ayuda del Señor, pues en este valle de lágrimas (es decir, en este mundo) le ha sido concedido el ascenso en su corazón hacia el lugar que le ha sido dado y predestinado. Y en verdad el promulgador de las leyes dará su bendición; irán de virtud en virtud y el Señor de los Señores será visto en Sión, es decir, en la vida eterna”.
Ahora bien, conviene tener en cuenta que entre las virtudes adquiridas y las virtudes infusas por la gracia de Dios hay una gran diferencia. En efecto, el que posee virtudes adquiridas, las posee sin dificultad y, lo que es más, las practica con delectación. Mas el que recibe las virtudes infusas por la gracia de Dios sin estar habituado a ellas, combate y milita con dificultad y repugnancia de la carne, especialmente si conserva hábitos contrarios procedentes de la depravación de la vida pasada. En consecuencia, todo el que alcance el primer grado, debe trabajar laboriosamente y ganar su pan con el sudor de su frente, hasta que las malas inclinaciones y los hábitos perversos sean expulsados a efectos de añadir las virtudes adquiridas a las virtudes infusas.

II. Y entonces comenzará a obrar con delectación para llegar, de este modo, al segundo grado, al que llamamos con plena justicia, Suavidad; cuando haya arribado hasta aquí podrá cantar con alegría este salmo de David: Quam magna multitudo dulcedinis tuae Domini, quam abscondisti timentibus te, es decir: “Cuán grande es, Señor, la multitud de suavidades que has reservado para quienes te temen”. Y deberemos considerar que entre las cosas espirituales y las corporales existe una gran diferencia, toda vez que las cosas corporales, antes de ser poseídas por el hombre, son amadas y deseadas pero, una vez adquiridas, se tornan pequeñas y viles; en cambio, las cosas espirituales producen el efecto contrario pues no las tenemos en ninguna consideración cuando no las poseemos, pero cuando las poseemos, las estimamos como bienes grandísimos, y el amor y el deseo de ellas jamás cesan de crecer. La razón de que esto sea así proviene de la grandeza de nuestro corazón, al que solamente Dios puede colmar.
En efecto: cuando las cosas corporales aparecen ante nuestros ojos antes de ser conocidas por experiencia (lo cual sucede antes de poseerlas) las amamos mucho, pero después de poseerlas, guiados por la experiencia, que es maestra de todas las cosas, entonces las despreciamos, porque si comparamos su pequeñez y su imperfección con la grandeza y dignidad de nuestro corazón, entonces las juzgamos muy indignas de nuestra estima y volcamos de inmediato las aspiraciones de nuestra alma hacia otras cosas. Ahora bien, las riquezas espirituales, que son la Gracia del Espíritu Santo y las virtudes que en cierta forma poseemos, por cuyo medio Dios habita en nosotros, son infinitas y exceden la capacidad de nuestro corazón, pues Dios es más grande que nuestro corazón y lo supera infinitamente. Por esta razón cuando no las poseemos, no les otorgamos ninguna estima, pues no podemos conocerlas sin poseerlas, según la palabra del Apocalipsis: Nemo scit nisi quod accipit, es decir, “nadie conoce sino aquel que recibe”. Ahora bien, cuando las poseemos, la capacidad de nuestro corazón, al ser infinitamente superada, aumentan nuestro deseo de tal modo que las perseguimos con admiración y grande amor a efectos de poderlas poseer más perfectamente, ya que toda cosa imperfecta desea su perfección.

III. A continuación sigue el tercer grado de perfección de la vida espiritual, llamado Avidez. De acuerdo con la palabra del Profeta: Sitivit anima mea ad Deum fontem vivum quando veniam et apparebo ante faciem Dei, es decir, “mi alma ha tenido sed del Señor que es la fuente viva, ¿cuándo contemplaré y estaré ante la faz del Señor?”. Y dado que toda perfección del efecto precede de la causa, cuanto más se perfecciona un efecto cualquiera, más se aproxima a su causa, y esta aproximación constituye la disposición misma del efecto, y cuanto más perfecto deviene éste, más dispuesto y más apto se vuelve para ser aún más perfecto.
Con cuanta más avidez busca el cristiano a Dios, más se acerca a Él y más dispuesto se encuentra a recibir y acumular más perfectamente sus dones a fin de poseer aún mejor al Cristo y regocijarse en él.
Y puesto que Dios es el soberano bien cuya conversación carece de toda amargura, la delectación y el júbilo que reciben de él todos los que son puros de espíritu, sobrepasan y exceden sin medida cualquier otra delectación. Por eso los hombres santos, y en especial los contemplativos, desprecian por completo todas las delectaciones y los placeres de este mundo y no los tienen en cuenta en absoluto.

IV. Así pues, es de justicia que el grado de la avidez sea sucedido por el cuarto grado, llamado de Saciedad, pues todo aquel que goza del Cristo y lo posee, es llenado y saciado por él, despreciando cualquier otro alimento, pues una vez saboreado el espíritu, toda carne y delectación mundana se vuelve insulsa e insípida.
Ahora bien, dado que la virtud unida es más fuerte que la que se encuentra dispersa y separada, cuando el hombre comienza a amar tan sólo al Cristo y a considerar como nada el resto de las cosas, entonces la dilección y el amor del Cristo se reúnen (congregandosi) por completo en él, se vuelven más fuertes y el alma se une (si copula) vehementemente con el Cristo, pues el amor es una virtud unitiva, y dado que el amante siempre se dirige hacia la cosa amada, y que Dios es el altísimo (eccelso), y que su gloria está por encima de los cielos, el amor divino produce necesariamente un éxtasis, atrayendo al hombre fuera de sí mismo y llevándolo más allá de las cosas creadas. Por eso, según es el hombre, así son sus obras, y según el hombre siente y comprende, así pronuncia las palabras, de acuerdo con lo que dijo el Señor: Ex abundantia cordis os loquitur, es decir, “la boca habla lo que el corazón rebosa”.
De este modo, los que son abrazados (fervidi) por la caridad del Cristo, producen obras y dicen ciertas cosas divinas que en ocasiones son entendidas por los hombres como cosas insensatas. Por eso los judíos creyeron que los apóstoles estaban ebrios cuando eran enseñados (insufflati) por el Espíritu Santo, porque los hombres groseros (animali) consideran a aquellos que han sido llenados por el Espíritu Santo como ebrios y repletos de vino nuevo. Así pues, los hombres santos, como si estuvieran ebrios y fuera de sí, se regocijan de los oprobios y las persecuciones.

V. Así pues, el quinto grado recibe el justo título de Embriaguez o Ebriedad, porque los hombres justos ya no hablan ni hacen cosas humanas, sino tan sólo divinas, las cuales exceden la capacidad de la razón. Pero la criatura espiritual no se encuentra en un lugar como la criatura corporal, que se encuentra en un lugar por su tenuidad y que está circunscrita a ese lugar. El espíritu no es una cantidad y, por tanto, no puede ser circunscrito en un cuerpo, y cuando decimos que la criatura espiritual se encuentra en un lugar, queremos decir que se encuentra en ese lugar por operación o por presidencia, como el ángel, que opera en cada criatura encontrándose presente en ella de algún modo, por lo que decimos que el ángel está en ella como en un lugar. Ésta es la razón por la que siendo el alma una criatura espiritual, decimos sin embargo de ella que se encuentra en el lugar en la que obra, y aunque según la esencia se encuentre en el cuerpo, sin embargo, según el espíritu, se encuentra allí donde siente o donde quiere. Por eso San Agustín dice que el alma se encuentra más verdaderamente allí donde recibe la sensación que allí donde se encuentra su ser. Así pues, cada vez que nosotros comprendemos según el espíritu alguna cosa eterna, nos encontramos en el mundo de las cosas eternas, pues tenemos por costumbre decir que los que tan sólo piensan en las cosas terrestres y sólo hablan de ellas, son de este mundo. Por eso el Sabio dijo a los judíos: Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo.
Por eso los Santos que progresan en el amor divino, por la magnitud y grandeza de este amor no conversan ya con la tierra, sólo con el cielo, tal y como reza la palabra del Apóstol: Nostra autem conversatio in coelis est, nuestra conversación está en los cielos. En consecuencia, están ya seguros de la recompensa, pues ya están nevegando en el puerto.

VI. Por ello el sexto grado es llamado Seguridad. Y como por la divina conversación el hombre se vuelve perfecto en todas sus partes y es purgado de toda afección terrestre, recibe copiosamente, como un pulido espejo, los rayos de la ilustración divina, de tal suerte que su fe es como una visión y su esperanza una seguridad, casi una posesión. Y su caridad es un ardor tal que se abandona a sí mismo para convertirse, por decirlo de algún modo, en Dios; y su asidua prudencia es una firme contemplación de las cosas divinas y un celeste impulso hacia todo lo que debe hacer, encontrándose más verdaderamente guiado que si se guiase por sí mismo. Su justicia es una rectitud de espíritu y una conformidad a la voluntad divina. Su fuerza es una constancia de espíritu que desconoce lo que es el miedo o la perturbación. Su templanza es una pureza de corazón que ignora por completo qué es la delectación de la carne. Y este hombre presenta siempre esta misma constancia y tranquilidad de espíritu y piensa sin cesar en Dios, reposando en Él y diciendo con el Profeta: In pace in idipsumdormiam et requiescam: dormiré y reposaré en paz en él mismo.

VII. Con justa razón se encuentra pues aquí situado el séptimo y último grado, llamado de Tranquilidad, el cual es alcanzado verdaderamente por muy pocos.
Así pues, desgraciado aquél que no haya trepado aún hasta el primer grado: que llore de noche y de día hasta que consiga alcanzarlo; y cuando lo haya logrado, que no descanse, que estudie el modo de franquear el segundo grado y que no detenga su ascenso hasta que consiga alcanzar y tocar la fruición divina, pues en la vida presente nadie es tan perfecto que no pueda ser mejorado y volverse más perfecto. Que busque pues el modo de ir de virtud en virtud hasta ver al Señor de los Señores en Sión, es decir, en la celste patria donde, con sus Santos, vive y reina por los siglos de los siglos.

En el año del Señor de 1497, en el mes de Febrero

Las Nubes

A veces, observando el cielo límpido y casi cristalino en un día despejado, mientras descanso a la sombra de una frondosa higuera, una nube se interpone entre la luz y un servidor y resulta que molesta, sobretodo si te das cuenta de ello y no estás dormido.
Con un poco de paciencia, la nube se va, pero a veces ocurre que no sólo se queda sino que se instala cómodamente afectando incluso el propio hogar.
Así, la falta de luz nos impide ver las cosas tal y como son, logrando que a veces tropecemos con algún objeto que no distinguimos bien o que de lejos parecía una cosa y al acercarnos resulta ser otra.

No obstante, estas nubes me gustan porque, entre otras cosas, dan agua de arriba, sana y fertilizante y, además, me permiten algo extraordinario: darme cuenta de que me falta luz.

Me gustaría extenderme más sobre este tema, pero debido a que no se explicarlo mejor, recurro a un experto, noble y generoso donde los haya, que se dedicaba a escribir cartas (hoy serían email, más rápidos pero mucho menos inspirados y cercanos) y además tenía la osadía de llamar a sus semejantes "hermanos".

Para el desocupado navegante, hay una edición actual de OBELISCO, titulada LA NUBE SOBRE EL SANTUARIO, cuya compra y lectura aconsejamos, por supuesto.
Sí señor, osados así van haciendo falta.

LA NUBE SOBRE EL SANTUARIO
(carta III)
Karl von Eckartshausen

"Nadie enciende una lámpara y la pone en sitio oculto, ni bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que los que entren vean el resplandor. La lámpara de tu cuerpo es tu ojo. Cuando tu ojo está sano también todo tu cuerpo está luminoso; pero cuando está malo, también tu cuerpo está a oscuras. Mira, pues, que la luz que hay en ti no sea oscuridad. Si, pues, tu cuerpo está enteramente luminoso, no teniendo parte alguna oscura, estará tan enteramente luminoso, como cuando la lámpara te ilumina con su fulgor" (Lc., 11, 33-36).

La verdad, que está en el más interior de los misterios, se parece al Sol; pues, sólo al ojo de un águila (el alma del hombre capaz de recibir la luz) le es permitido contemplarla. La mirada de cualquier otro mortal queda deslumbrada y la oscuridad lo rodea en la misma luz.
Jamás el gran algo, que está en lo más interior de los santos misterios, fue ocultado a la vista de águila de aquel que es capaz de recibir la luz.
Dios y la Naturaleza no tienen misterios para sus hijos. El misterio está sólo en la debilidad de nuestro ser, que no es capaz de soportar la luz y que aún no está organizado para la visión casta de la verdad desnuda.
Esta debilidad es la nube que cubre al santuario, es el velo que oculta el santo de los santos.
Pero, para que el hombre pudiese recobrar la luz, la fuerza y su dignidad perdidas, la divina amante se rebajó a la debilidad de sus criaturas y escribió las verdades y los misterios interiores y externos en el exterior de las cosas, a fin de que el hombre, por medio de ellos, pueda lanzarse al espíritu.
Estas letras son las ceremonias o lo exterior de la religión, que conducen al espíritu interior, activo y lleno de vida, en unión con Dios.
Los jeroglíficos de los Misterios son también sus letras; son los esquemas y dibujos de verdades interiores y santas, que cubren el velo extendido ante el santuario.
La religión y los Misterios se dan la mano para conducir a todos nuestros hermanos hacia una verdad. Una y otros tienen por objeto el cambio y la renovación de nuestro ser; la reedificación de un templo en el que habite la sabiduría con el amor, o Dios con el hombre.
Pero la religión y los Misterios serían fenómenos totalmente inútiles si la Divinidad no les hubiera dado los medios efectivos para alcanzar sus grandes fines.
Estos medios han estado siempre en el santuario más interior; los Misterios están destinados a construir un templo a la religión y la religión está destinada a reunir en él los hombres con Dios.
Tal es la grandeza de la religión y tal ha sido la dignidad de los misterios de todos los tiempos. Sería ofensivo para vosotros, hermanos amados en la intimidad, que pensásemos que nunca habéis observado los santos misterios desde este
punto de vista verdadero, que los representa como el único medio capaz de conservar, en su pureza y en su verdad, la doctrina de las verdades importantes sobre Dios, la Naturaleza y el hombre; esta doctrina estaba envuelta con el santo idioma de los símbolos, y las verdades que contenía, habiendo sido traducidas, poco a poco, entre los profanos a la lengua ordinaria, se volvieron cada vez más oscuras e ininteligibles.
Los misterios, como sabéis, hermanos amados con ternura, prometen cosas que serán y quedarán siempre como herencia de un pequeño número de hombres; son misterios que no se pueden vender ni enseñar públicamente; son secretos que sólo pueden ser recibidos por un corazón que se esfuerce en adquirir la sabiduría y el amor; y en el que la sabiduría y el amor ya han sido despertados. Aquel en quien esta santa llama ha sido despertada, vive verdaderamente feliz, contento de todo y libre en la misma esclavitud. Ve la causa de la corrupción humana y sabe que es inevitable. No odia a ningún criminal, lo compadece, trata de levantar al caído y reconducir al extraviado; no apaga la mecha que aún arde, ni acaba de romper la caña partida, porque siente que, a pesar de toda esta corrupción, no hay nada totalmente corrompido.
Penetra con recta mirada la verdad de todos los sistemas religiosos en su fundamento primero; conoce las fuentes de la superstición y de la incredulidad, considerándolas como modificaciones de la verdad, que aún no ha recibido su equilibrio. Estarnos seguros, dignos hermanos, de que consideráis al hombre místico desde este punto de vista y que no atribuís a su arte real la actividad que algunos individuos aislados han llevado a cabo. Con estos principios, que son precisamente los nuestros, consideraréis la religión y los misterios de las santas escuelas de la sabiduría como hermanas que, dándose la mano, han velado por el bien de todos los hombres, desde la necesidad de su nacimiento.
La religión se divide en interior y exterior. La religión exterior tiene por objeto el culto y las ceremonias; la interior, la adoración en espíritu y en verdad. Las escuelas de la sabiduría se dividen también en exteriores e interiores. Las escuelas exteriores poseen la letra de los jeroglíficos y las interiores, el espíritu y el sentido. La religión exterior está ligada con la religión interior por las ceremonias. La escuela exterior de los misterios se liga por los jeroglíficos con la interior. Pero, ahora, nos acercamos al tiempo en que el espíritu vivificará la letra, la nube que cubre al santuario desaparecerá, los jeroglíficos se convertirán en visión real y las palabras en entendimiento.
Nos acercamos al tiempo en que se rasgará el gran velo que cubre al Santo de los Santos. Aquel que venera los santos misterios, ya no se dará a conocer por palabras y signos exteriores, sino por el espíritu de las palabras y la verdad de los signos. De este modo, la religión ya no será un ceremonial exterior, sino que los misterios interiores y santos transfigurarán el culto exterior para preparar a los hombres a la adoración de Dios en espíritu y en verdad. Pronto desaparecerá la noche oscura de la lengua de las imágenes, la luz engendrará el día, y la santa oscuridad de los misterios se manifestará con el esplendor de la verdad más elevada. Las vías de la luz están preparadas para los elegidos y para aquellos que son capaces de cambiar por ellas. La luz de la naturaleza, la de la razón y la de la revelación se unirán.
El atrio de la naturaleza, el templo de la razón y el santuario de la revelación, no formarán más que un solo Templo. Así se concluirá el gran edificio de la reunión del hombre con la naturaleza y con Dios. El conocimiento perfecto del hombre, de la naturaleza y de Dios, serán las luces que iluminarán a los conductores de la Humanidad para volver a llevar, en todas partes, a sus hermanos los hombres, de las vías oscuras de los prejuicios a la razón pura y de los senderos de las pasiones turbulentas a las vías de
la paz y de la virtud.
La corona de los que gobiernan el mundo será la razón pura; su cetro, el amor activo; y el santuario les dará la unción y la fuerza necesarias para liberar el entendimiento de los pueblos de los prejuicios y de las tinieblas; al corazón, de las pasiones, del amor propio y del egoísmo; y a su existencia física, de la pobreza opresiva y de la agotadora enfermedad.
Nos acercamos al reino de la luz, de la sabiduría y del amor; al reino de Dios, que es la fuente de la Luz. Hermanos de la luz, hay una sola religión cuya verdad simple está repartida entre las religiones, como en ramas, para volver de la multiplicidad a una religión única.
Hijo de la verdad: no hay más que un orden, una fraternidad y una asociación de hombres unidos para adquirir la luz. De ese centro, el error ha hecho salir innumerables órdenes; todas volverán de la multiplicidad de las opiniones a una verdad única y a la verdadera asociación de aquellos que son capaces de recibir la luz, o Comunidad de los Elegidos.
Así, debemos medir todas las religiones y todas las asociaciones de los hombres. La multiplicidad está en el ceremonial exterior, la verdad sólo es una en el interior. La causa de la multiplicidad de las cofradías está en las múltiples explicaciones de los jeroglíficos según el tiempo, las necesidades y las circunstancias. La verdadera Comunidad de la Luz sólo es una.
Todo exterior es una envoltura que cubre lo interior; así, todo exterior es también una letra que se multiplica siempre pero que jamás cambia ni debilita la simplicidad del espíritu en el interior. La letra era necesaria, teníamos que encontrarla, componerla y aprender a leerla para recobrar el sentido interior, el espíritu. Todos los errores, divisiones y malentendidos, todo lo que, en las religiones y en las asociaciones secretas, da lugar a tantos extravíos, no afecta más que a la letra; todo se refiere únicamente al velo exterior sobre el que están escritos los jeroglíficos, las ceremonias y los ritos. Nada alcanza el interior; el espíritu permanece siempre santo e intacto.
Ahora se acerca el tiempo de la realización para aquellos que buscan la luz. Se acerca el tiempo en que lo viejo debe unirse a lo nuevo, lo exterior con lo interior, lo alto con lo bajo, el corazón con la razón, el hombre con Dios, y esta época está reservada al tiempo presente. No preguntéis, hermanos bien amados... ¿Por qué ahora? Todo tiene su tiempo para los seres que están encerrados en el tiempo y el espacio; así son las leyes invariables de la sabiduría de Dios, que lo coordina todo según la armonía y la perfección.
Los elegidos deberán primero trabajar para adquirir la sabiduría y el amor, hasta hacerse capaces de merecer el poder que la invariable Divinidad sólo puede otorgar a los que conocen y aman. La mañana es esperada durante la noche; después sale el sol y avanza hacia el mediodía, en que toda sombra desaparece bajo su luz directa. Primero tenía que existir la letra de la verdad, después vino la explicación práctica, luego la Verdad misma y sólo después de ella puede venir el Espíritu de Verdad, que refrenda la verdad y pone los sellos que autentifican la luz. Aquel que puede recibir la verdad nos entenderá.
Es a vosotros, hermanos íntimamente amados, que os esforzáis en adquirir la verdad y que habéis conservado fielmente los jeroglíficos de los santos misterios en vuestro templo; es hacia vosotros que se dirige el primer rayo de luz; este rayo penetra a través de la nube de los misterios para anunciaros el mediodía y los tesoros que éste trae. No preguntéis quiénes son los que os escriben; mirad el espíritu y no la letra, la cosa y no las personas.
Ningún egoísmo, orgullo, ni intención innoble reinan en nuestro retiro: conocemos el fin del destino de los hombres, y la luz que nos ilumina
opera todas nuestras acciones. Estamos especialmente designados para escribiros, hermanos bien amados en la luz, y lo que acredita nuestro cargo son las verdades que poseemos; las cuales os comunicaremos al menor indicio según la medida de la capacidad de cada uno.
La comunicación es propia de la luz allí donde hay receptibilidad y capacidad para la luz; pero no obliga a nadie y espera que se la desee recibir. Nuestro deseo, nuestro fin y nuestro cargo es vivificar por todas partes la letra muerta, restituir el espíritu vivo a los jeroglíficos y convertir, en todas partes, lo inactivo en activo, la muerte en vida; pero no podemos realizar todo esto por nosotros mismos, sino por el Espíritu de Luz de Aquel que es la Sabiduría, el Amor y la Luz del mundo y que quiere convertirse también en vuestro espíritu y en vuestra luz.
Hasta ahora el Santuario más interior ha estado separado del Templo, y el Templo asediado por los que estaban en el atrio; viene el tiempo en que el Santuario más interior debe reunirse con el templo, para que aquellos que están en el templo puedan actuar sobre los que están en el atrio hasta que los atrios sean arrojados fuera.
En nuestro santuario, los misterios del espíritu y de la verdad se conservan en toda pureza; nunca ha podido ser violado por los profanos, ni manchados por los impuros. Este santuario es invisible, como una fuerza que sólo se conoce por su acción. Por esta breve descripción, queridos hermanos, podéis juzgar quiénes somos, y sería superfluo aseguraros que no formamos parte de esas cabezas inquietas que, en el mundo ordinario, quieren erigir un ideal de su fantasía. Tampoco pertenecemos a aquellos que quieren desempeñar un gran papel en el mundo y que prometen prodigios que ellos mismos desconocen. Menos aún, pertenecemos a esa clase de descontentos que querrían vengarse de su inferior condición o que les impulsa la sed de dominar o el gusto por las
aventuras y las cosas extravagantes.
Podemos aseguraros que no pertenecemos a ninguna otra secta ni asociación más que a la gran y verdadera asociación de todos aquellos que son capaces de recibir la luz, y ninguna parcialidad, cualquiera que sea (ya acabe en us o en er), tiene la más mínima influencia sobre nosotros. No somos tampoco de los que se creen con derecho a subyugarlo todo a sus planes y que tienen la arrogancia de querer reformar todas las sociedades; podemos aseguraros, con fidelidad, que conocemos, exactamente, lo más interior de la religión y de sus Santos Misterios; y que también poseemos, realmente, lo que siempre se ha conceptuado como lo más interior, cuya posesión nos da la fuerza para legitimarnos en nuestro cargo y de comunicar, en todas partes, al jeroglífico y a la letra muertos, el espíritu y la vida.
Los tesoros de nuestro santuario son grandes; tenemos el sentido y el espíritu de todos los jeroglíficos y ceremonias que han existido desde el día de la Creación hasta nuestros tiempos; y las verdades más interiores de todos los Libros sagrados, las explicaciones de los ritos de los pueblos más antiguos. Poseemos una luz que nos unge, y por la cual comprendemos lo más oculto e interior de la naturaleza.
Tenemos un fuego que nos alimenta y da la fuerza para actuar sobre todo lo que está en la naturaleza. Poseemos una llave para abrir las puertas de los misterios y una llave para cerrar el laboratorio de la naturaleza. Poseemos el conocimiento de un lazo para unirnos con los mundos superiores y transmitirnos el lenguaje.
Todo lo maravilloso de la naturaleza está subordinado al poder de nuestra voluntad unida con la Divinidad.
Poseemos la ciencia que interroga a la misma naturaleza, donde no hay error, sino la verdad y la luz. En nuestra escuela, todo puede ser enseñado; pues nuestro Maestro es la misma Luz y su Espíritu. La plenitud de nuestro saber es el conocimiento de las correspondencias entre el mundo divino y el mundo espiritual, de éste con el mundo elemental y del mundo elemental con el mundo material.
Por estos conocimientos, estamos en condiciones de coordinar los espíritus de la Naturaleza y el corazón del hombre. Nuestras ciencias son la herencia prometida a los Elegidos o a aquellos que son capaces de recibir la luz, y la práctica de nuestras ciencias es la plenitud de la Divina Alianza con los hijos de los hombres.
Podríamos contaros, hermanos queridos, maravillas de las cosas que hay ocultas en el tesoro del Santuario, tales que quedaríais asombrados y fuera de vosotros mismos; podríamos hablaros de cosas de cuya concepción el filósofo, que piensa más profundamente, está tan alejado como la tierra del sol, y de las cuales estamos tan próximos como la luz más interior del ser más interior de todos.
Pero nuestra intención no es excitar vuestra curiosidad; sólo la persuasión interior y la sed del bien de nuestros hermanos deben impulsar al que es capaz de recibir la luz de su fuente, donde su sed de sabiduría puede saciarse y su hambre de amor satisfacerse.
La sabiduría y el amor habitan en nuestros retiros, aquí no reina ninguna violencia, la verdad de sus incitaciones es nuestro mágico poder. Podemos aseguraros que en nuestros misterios más interiores hay tesoros de un valor infinito, envueltos de una tal simplicidad que permanecerán siempre inaccesibles a los sabios orgullosos, y estos tesoros, que han sido para muchos profanos causa de pesares y locura, son y serán siempre para nosotros la verdadera sabiduría.
Benditos vosotros, hermanos míos, si sentís estas grandes verdades. La recuperación del Verbo Triple y de su fuerza será vuestra recompensa. Vuestra felicidad será poseer la fuerza para contribuir a reconciliar los hombres con los hombres, con la naturaleza y con Dios; que constituye el verdadero trabajo de todo obrero que no haya rechazado la piedra Angular.
Ahora ya hemos desempeñado nuestro cargo y os hemos anunciado la aproximación del gran mediodía y la reunión del Santuario más interior con el Templo. Dejamos el resto a vuestra libre voluntad.
Bien sabemos, para nuestro amargo pesar, que, del mismo modo que el Salvador fue personalmente desconocido, ridiculizado y perseguido cuando vino en su humildad, igualmente Su Espíritu, que aparecerá en la gloria, será rechazado y ridiculizado por muchos. A pesar de esto, el advenimiento de Su Espíritu debe ser anunciado también en los templos para que se cumpla lo que está escrito: "He golpeado vuestras puertas y no Me habéis abierto; He llamado y no habéis escuchado Mi voz; os he invitado a la boda y estabais ocupados en otra cosa".
La Paz y la Luz del Espíritu sean con nosotros.